Recuerdo cuando la actual alcaldesa de Ibagué, Johanna Ximena Aranda, siendo apenas candidata, utilizaba una frase un poco machista y estereotipada para mi gusto: Decía que Ibagué necesitaba una mujer que ordenara la casa. Expresión con la que, de alguna manera, reproducía el discurso de los roles de género que relegan a la mujer a las labores domésticas. Pero bien, en el contexto político de ese entonces y siendo la única mujer en el tarjetón, junto a muchas otras estrategias de marketing, le funcionó. Sin embargo, después de un año de gobierno, lo que se observa no es precisamente una Ibagué ordenada.
En cuanto a su gabinete, pareciera existir una división entre aquellos que la reconocen como líder, siendo estos minoría, y otros que, en cambio, responden irrestrictamente y por encima de ella, al jefe de su grupo político; quien, aunque no ostenta actualmente ningún cargo público, sí está en una carrera por acumular poder. Ello no es un dato menor, pues resulta difícil imponer orden en una ciudad, cuando aquellos funcionarios a quienes delega las labores para alcanzar tal fin, no la ven precisamente como la primera autoridad.
En cuanto a las obras entregadas y por entregar, se observa desorden, o como se llamaría en la administración pública: fallas de planeación. Frente al acueducto complementario, segundo acueducto, obra del siglo o el que sea el nombre que le corresponda, fueron múltiples las veces en que prometió sería entregado, y tan sólo hasta el 15 de octubre fue realmente “Inaugurado”. Las comillas le valen porque no es claro ni evidente el impacto o la mejora en la prestación del servicio de agua después de la entrada en funcionamiento de la obra.
Otra falla de planeación se evidenció recientemente, cuando la mandataria, muy enojada y prevenida, tuvo que salir a través de sus redes sociales a poner la cara por sus propias acciones, pues definitivamente no entregaría la piscina de la 42 en el mes de diciembre, como lo había prometido.
En el vídeo se le ve con el ceño fruncido y manifestando que no la podían criticar por demorarse unos días más en entregar una obra que los ibaguereños llevamos 9 años esperando, pero se equivoca. ¡Claro que podemos hacerlo! Pues, aunque llevemos casi una década esperando ese escenario deportivo, nadie más que ella está llamada a asumir la responsabilidad discursiva que conlleva comprometerse y dar fechas de entrega para ganar adeptos y luego incumplirlas. Desde luego, ello no implica que se esté negando la inminente entrega de la obra.
Por ese corte los ejemplos son muchos. Ibagué sigue estando desordenada por donde se le mire: el tráfico vehicular es un caos y los particulares han asumido su regulación; la malla vial presenta un deterioro sin precedentes; los accidentes de tránsito en aumento; la inseguridad disparada; se sigue viendo una ciudad con puntos críticos de suciedad; pérdidas de agua cercanas al 50%; deficiencia y altas tarifas en la prestación de servicios públicos; entre otros muchos.
Así, para el 2025 quizás lo que esperamos no son más promesas, pues los ibaguereños estamos cansados de esa práctica tan tradicional de los mandatarios. Lo que esperamos es que, sin ponerle fecha de caducidad, la ciudad empiece a avanzar con un horizonte claro.