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Sobrevivir a la política tradicional

Ibagué es una ciudad maravillosa que se caracteriza por sus bellos paisajes, sus espectaculares platos típicos, sus increíbles ocobos, su ubicación privilegiada y su gente berraca. Sin embargo, no se caracteriza precisamente por ser un lugar donde abunden las oportunidades laborales y menos aun donde se pueda hacer política con convicción. 

Hoy nuestra ciudad está dividida en dos casas políticas que han gobernado por décadas. Cada una de ellas tiene en su poder a las entidades que pueden ser los mayores empleadores de nuestro territorio: la Alcaldía de Ibagué y la Gobernación del Tolima. Y esto no es un detalle menor, pues cuando la estabilidad económica y laboral están supeditadas a la política electoral, la única salida posible para algunos es estar con quien ostenta el poder.

Dicha situación es, entre otras cosas, la que sostiene a la política tradicional y le permite establecer el continuismo periodo tras periodo; pero, además, comporta una gran dificultad para quienes seguimos creyendo en la posibilidad de hacer política alternativa, pues, constantemente, quienes están bajo esa lógica quieren disciplinarnos o enseñarnos cómo es que según ellos funcionan las cosas.  

Cada vez que surge un proyecto político que pretende llevar la contraria y romper con las prácticas hegemónicas tan veneradas por la mayoría, hay una voz que afirma con dejo de superioridad que así no se hace política y que de esa manera no se llega a ningún lado; que lo correcto es estar del lado de quienes han hecho política de antaño y que tan sólo se trata de unos cuántos locos queriendo entrar al ruedo. 

En repetidas ocasiones he escuchado cómo a mí y a algunos de mis amigos, tan convencidos como yo, nos han querido cortar las alas diciéndonos que para qué nos metemos en esto, que no tenemos con qué y que lo mejor es que con las capacidades de cada uno nos entreguemos a un grupo político tradicional. 

¿Pero qué sucede cuando esas prácticas tradicionales van en detrimento de la ciudadanía? ¿Acaso no son esas prácticas las que han dejado a Ibagué sin juegos nacionales, sin acueducto complementario, sin puente de la 60, sin Concha Acústica, sin empleo, y, en general, sin calidad de vida?

Estas son algunas de las preguntas que deberíamos plantearnos antes de descalificar de plano los proyectos políticos emergentes que están dispuestos a dignificar la política y devolverle a la gente la confianza y la arrebatada fe en lo público, creando una nueva fuerza que escape de los Ismos de nuestro territorio. 

Hoy estoy absolutamente convencida de que Ibagué merece algo más que lo que ha tenido: Merece mandatarios que escuchen el clamor de la gente y atienda sus necesidades reales. Merece que en los despachos se designen profesionales expertos y no cuotas burocráticas de los políticos con más caudal electoral. Merecemos poder escoger quién nos representa sin que ello implique sumarse a la lista de desempleados.  

Guardo en mi corazón la esperanza de que un día, por fin, nos creamos el cuento de que es el pueblo quien ostenta el poder, y que entendamos que el que algo se haya hecho siempre de la misma manera, no significa que esté bien hecho. 

 

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