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La normalización de los excesos de junio

Mi casa está de fiesta por cuenta de la versión 50 del Festival Folclórico Colombiano: un evento que se prepara durante los primeros cinco meses del año y del cual intentamos reponernos los últimos seis meses del mismo; y es que, para algunos, la resaca que deja las fiestas de junio no es solamente física, sino también emocional; pues cada año este festival cuesta más que el anterior y los escándalos de sobrecostos, inseguridad y otros fenómenos tan tradicionales como el mismo festival, están siempre presentes. 

Para hablar solo de la historia reciente, recordemos cómo en el 2023 tuvimos que presenciar el derroche de dinero en rimbombantes eventos llevados a cabo por el entonces mandatario. Entre ellos, el lanzamiento del festival en el Times Square de Nueva York, las fiestas privadas con los artistas contratados para el festival; entre otros muchos amargos recuerdos. 

Y por supuesto, en las bodas de oro del festival tampoco se iba a escatimar en gastos:  La primera noticia que tuvimos fue que, en esta ocasión, se doblaría el presupuesto, teniendo con ello las fiestas de junio más caras en la historia de Ibagué. ¿Y cómo no lo iban a ser? Si el contrato logístico y organizativo ronda los $8.000 millones a punta de tamales, totumas aguardienteras, pacas de agua, baños portátiles y otros elementos sobre costeados.

Sin embargo, esto no es lo que me asombra, pues la capacidad de asombro ante los actos de la política tradicional la perdí hace tiempo. Lo que verdaderamente me sorprende y me asusta, es la forma en que los Ibaguereños, incluyéndome, hemos normalizado estas prácticas; y las hemos normalizado no con la ausencia de queja, como la que expongo en este escrito, sino con la ausencia de acción.  

Existe también un cierto resquemor a hablar del tema en tono de crítica por respeto al sector cultural, ¡Pero ojo!, esto no es una crítica a la cultura, las tradiciones y a los artistas que con grandeza ejercen su profesión; es una crítica al socialmente aceptado hurto fiestero y una invitación a la acción ciudadana; porque, a veces, en medio del Aguardiente Tapa Roja, la chicha, los desfiles y las ferias, olvidamos que al final de junio unos pocos empresarios tendrán las cuentas bancarias llenas y el pueblo de a pie los bolsillos vacíos.

¡Y peor aún! Al final de junio los problemas de Ibagué seguirán siendo exactamente los mismos: Los barrios sin agua, la malla vial deteriorada, la inseguridad disparada, la movilidad imposible, el desempleo en las mismas; y todo esto con una única diferencia: habrá $8.000 millones menos para solucionar los problemas estructurales de la ciudad. 

Estoy absolutamente convencida de que tenemos derecho a disfrutar de nuestras fiestas sin la culpa de haber acolitado un sendo despilfarro. Así que, a usted, lector o lectora, que hoy domingo tal vez me lee mientras se alista para salir al desfile del San Juan, ¡Disfrute la fiesta!, pero recuerde llevar también su sentido crítico para que nunca más guardemos silencio ante lo que está mal.

 

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