La penosa incapacidad de convertir enemigos en adversarios no es sólo terquedad democrática, es la consciente defensa del privilegio, el cual se cimenta sobre el favor de lo público y el uso personal de las instituciones. En ese orden de ideas, reestructurar el orden político y económico en Colombia no es odio de clases, es simple justicia.
Mientras millones de microempresarios pelean, a capa y espada, contra el régimen tributario y demás impases de lo que implica crecer empresarialmente en Colombia, un puñado de entidades privadas gozan de exenciones y adjudicación de contratos, casi que por derecho divino. En ese sentido es importante preguntar: ¿Por qué está mal replantear el orden de prioridades?
La riqueza de un país se mide en la productividad, sin embargo, en Colombia el sector financiero, pese generar poco empleo, como en el caso del grupo económico de Luis Carlos Sarmiento Angulo, en dónde sólo aporta el 0,39% de todo el empleo nacional, el CELAG, institución dedicada a la investigación, estudio y análisis de los fenómenos políticos, económicos y sociales de América Latina, evidenció que en los últimos 10 años las utilidades del sector financiero (+396%) duplicaron las del sector productivo (+154%). Nuevamente es importante preguntar: ¿Por qué está mal replantear el orden de prioridades? ¿Por qué no focalizar sectores que tengan la capacidad de generar más empleo?
La confluencia de los privilegiados es irrefutable; los nexos entre el interés del holding empresarial y muchos medios de comunicación son evidentes; la necesidad de envilecer un candidato y apelar a las emociones de las víctimas de la violencia, para atribuirle cualquier tipo de dolor, terror, frustración o fracaso, es bajo. Afortunadamente la estrategia está desgastada.
Las mayorías entendieron, luego de 3 desastrosos años, que, a diferencia de los medios de comunicación, la nevera no miente; por eso decidieron cambiar. Los verdaderos liberales, parteros del capitalismo en el mundo, entendimos que el sistema económico colombiano es próspero y libre sólo para un puñado de empresas. ¿Y las MiPymes qué?
Apostamos por el cambio y ya no hay marcha atrás. Es importante, en esta nueva era, ser veedores y ciudadanos ejemplares, participar en lo público y vigilar el erario. Asumir de una buena vez nuestra responsabilidad y entender que el problema también somos nosotros. Si no entendemos esto último, haremos de la democracia un reality de simplezas, ligerezas y narrativas sin solidez.
Cuando las sociedades demandan cambios, los “Donald Trump” siempre yacen al asecho, sin programas de gobierno, pero con discursos delirantes, desenfrenados y cargados de intensidad maniaca. Cuando las sociedades se cansan de un orden existente, también aparecen los “gatopardistas”, esos que cambian algo para que nada cambie. Aunque en el contexto colombiano, estos últimos son los que menos tienen opción.
Por último, en un ambiente de cambio, también aparecen los que se niegan a aceptarlo, los que desprecian el termino y le atribuyen los más bajos calificativos. Los que lo satanizan y vinculan con la maldad, incluso, en un sentido religioso. En síntesis, los que apelan a la lógica amigo-enemigo, en defensa de injustos privilegios, ninguneando a quienes se atreven a proponer un modelo de país que se convierta en potencia mundial de la vida, realizando transformaciones para enfrentar el cambio climático y la perdida de biodiversidad, para transitar hacia una economía productiva.
¿Por qué está mal cambiar?, ¿Por qué no hacerlo en primera? yo ya tomé mi decisión, ¿y usted?.