La intensa actividad cotidiana y la sensación de acelerada progresividad hacen que 365 días transcurran en un pestañeo. Ad portas de finalizar el presente año, tan atípico como el anterior, asoman a la puerta importantes reflexiones, producto de una experiencia de vida que me resisto a no compartir.
La vuelta al Tolima que dimos en bicicleta, recorriendo mas de 1.500 kilómetros y que duró 10 meses, nos permitió hacer un diagnóstico desagregado, reconocer virtudes y necesidades de nuestro territorio.
Asimismo, evidenciar que aunque el PIB tolimense se recuperó del -6,4% registrado en el año de la pandemia, la baja tecnificación en la productividad, los elevados costos de producción y los cientos de kilómetros de vías intransitables, explicaron por qué, aun sin pandemia, este indicador presentaba una reducción constante de -1,07% por año frente al PIB nacional, según un informe del Banco de la República.
Aunque, según el DANE, el Tolima viene de ocupar el primer lugar en materia de desempleo durante el 2020 (21,7%), el proceso de reactivación económica ha logrado rescatar algunos puestos de trabajo.
En lo que tiene que ver con transacciones por comercio y turismo, el departamento tuvo un crecimiento del 223,5%, y en lo que tiene que ver con ocupación hotelera, se registró un aumento del 32,3%.
Pese a lo anterior, los sistemas de información son muy limitados, especialmente en las zonas rurales del departamento. Con excepción de Ibagué, y algunos municipios con cierto nivel de desarrollo, se desconoce con exactitud la situación socioeconómica en la mayoría de las poblaciones.
Simplificando el hallazgo, existen cuatro elementos comunes identificados en el proceso y expresados por todas las personas entrevistadas: empleo, educación, infraestructura vial y agua.
En la mayoría de municipios los habitantes claman por trabajo, las familias piden educación de calidad y poblaciones enteras conviven con la ausencia de vías y agua potable.
Apelando al optimismo, paradójicamente se evidenciaron potencialidades que permitirían solventar estas grandes necesidades identificadas. Sin embargo, para ello se requiere voluntad y gestión en los diferentes niveles del poder ejecutivo en concurrencia con una agenda politico-legislativa que le apueste a dichas prioridades.
La otra gran reflexión del 2021 yace en el descontento y la deslegitimidad que tienen las instituciones, especialmente el Congreso de la República, que ocupó el segundo lugar en nivel de desaprobación según la encuesta Invamer de este mes.
Al parecer, en el escenario nacional, existe relación entre el deseo de renovar actores institucionales y la transformación del territorio.
El clímax de la atipicidad tuvo lugar en las protestas del 2021, una situación que no se presentaba, quizá, desde el paro cívico de 1977.
La situación evidenció la enorme brecha que existe entre el rumbo que los dirigentes dan a las instituciones y lo que reclama la ciudadanía. Es decir: la desconexión perenne entre el país político (aquel que solo piensa en la burocracia, su mecánica y en mantener el poder) y su sociedad (que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político), el mismo que desde 1946 advertía Jorge Eliecer Gaitan y que hoy persiste con mayor fuerza.
Esperamos que en 2022 los tolimenses atiendan a la misma lógica y voten con responsabilidad, autonomía y libres de cualquier tipo de presiones para asumir el primer reto: renovar el Congreso de Colombia.
Ojalá revisen detenidamente los antecedentes, independencia y el trabajo que a lo largo de su trayectoria tienen cada uno de los candidatos. Además, que tengan en cuenta sus agendas programáticas, propuestas, visiones de región y, por supuesto, que reflexionen y analicen aspectos como las millonarias sumas de dinero que están moviendo las campañas para “ganar el favor del voto”, sacrificando lo ético por lo estético.
En este contexto, aparece una importante conclusión: teniendo presente el deseo de renovar las instituciones, la crisis de la vieja política, la difícil situación que ha soportado la ciudadanía y el flamante deseo de transformar la realidad, es innegable que el próximo año será el de las posibilidades. Sin embargo, como diría mi apreciado amigo y columnista Alberto Bejarano Ávila: para que todo cambie, todo tiene que cambiar.
Hacer posible lo que por años creímos imposible, una forma diferente de hacer política, una manera distinta de operar el Estado y, por supuesto, conseguir ese departamento y ese país que soñamos y merecemos será el reto que nos espera en el 2022. La pregunta es: ¿podremos lograrlo? La historia, al cabo de unos meses, nos lo dirá.
Por lo pronto, solo nos resta desear un feliz, positivo y próspero nuevo año para todos los tolimenses, agradeciendo de corazón a quienes nos acompañan leyendo las opiniones que, columna tras columna, compartimos, más en tiempos donde escribir para una sociedad que no le gusta leer, es un acto de abnegación.