Existe la tendencia a creer que los problemas que vivimos son exclusivos, que debemos vivirlos de modo individual y en solitario, que lo que nos pasa solo nos sucede a nosotros; sin embargo, es mucho más frecuente de lo que se cree, que los problemas sean parecidos para todos, y que todos estemos de algún modo insospechado conectados por idénticas dificultades.
La pandemia ha supuesto mundialmente reconocernos iguales como humanos demasiado vulnerables. Poco importaron las diferenciaciones que como sociedad hemos construido, no hubo en ese orden distinción de credo, raza, posición social, económica o política sobre quienes murieron.
No obstante, los sobrevivientes coincidiremos en decir que la pasamos mal, pero hay quienes desafortunadamente la pasan peor, por ejemplo, las abismales desigualdades evidenciaron que las dificultades por las que transitan muchos de nuestros jóvenes, ponen en riesgo el presente y el futuro, como advirtió el secretario general de la ONU, Antonio Guterres: “todos estamos en el mismo mar, pero algunos están en súper yates, mientras que otros se aferran a escombros flotantes".
En el más reciente estudio de los jóvenes y el COVID-19, efectos en los empleos, la educación, los derechos y el bienestar mental, de la Oficina Internacional del Trabajo, se hace una especial referencia a las consecuencias graves y prolongadas por la pandemia en la población más joven del mundo, la que se empieza autodenominar la “generación del confinamiento”.
Luego de un breve sondeo de percepción, se revela el impacto de la pandemia y las preocupaciones centradas en cuatro vitales aspectos: el empleo, la educación, el bienestar mental y los derechos de la población más joven.
Las cifras a nivel mundial son tan preocupantes como las que a nivel local se presentan, incluso antes de la pandemia los jóvenes se enfrentaban a una difícil situación en el mercado de trabajo, por la ausencia de vacantes, lo que se agudizó con la pandemia por los despidos masivos, el cierre de nuevas empresas en las que los jóvenes estaban empleados en los sectores más afectados por la crisis.
Colombia presentó un escenario más desesperanzador al mundial, sus cifras doblaban con creces las de otras regiones. El informe del Dane sobre mercado laboral (abril 2021) ubica a Ibagué en el tercer puesto con mayor tasa de desempleo en la población joven (14 a 28 años) con un 28,9%, revelando además que las mujeres tienen una menor oportunidad de inserción laboral.
La denominada población ‘Ni- Ni’ (jóvenes que ni trabajan, ni estudian, pero con potencial de contribuir en el desarrollo del país) va en aumento, son unos 3.298.000 jóvenes que hacen parte de una masa que por mucho tiempo parece haber importado muy poco a las políticas del Estado. Y con preocupación se evidencia que, de esa cifra, 2.203.000 son mujeres, lo que representa todo un desafío para las políticas de equidad de género en todos los sectores, una vez más, que duro es ser mujer en este país.
De otro lado, el cierre de escuelas, universidades y centros de formación afectó a más del 73% de los jóvenes en el mundo, y puso en evidencia las enormes desigualdades de acceso tecnológico. Las brechas digitales quedaron expuestas en la transición de los aprendizajes en línea y a distancia entre los países de ingresos altos y los que no.
Pese a los esfuerzos de garantizar continuidad académica, los jóvenes perciben que han aprendido menos desde el inicio de la pandemia y esta percepción está acompañada de sentimientos de incertidumbre, temor y pesimismo, lo que se agudiza a nivel local ante la ausencia de cupos para todos, en condiciones de igualdad y en el escaso acceso a medios tecnológicos apropiados para un exitoso proceso de aprendizaje.
La reducción de espacios de educación y de trabajo ha favorecido un aumento en el padecimiento de ansiedad o depresión y en general la reducción de bienestar mental de los jóvenes, nuevamente los estudios advierten que el bienestar mental promedio fue menor entre las mujeres jóvenes, como una posible indicación de que las mujeres están más sujetas a responsabilidades estresantes en el hogar.
En medio de todo esto, las manifestaciones públicas para la reivindicación de derechos en calle acaecidas durante todo el mes de mayo en el país, se caracterizaron por tener entre sus líneas a los más jóvenes. Hay quienes advierten que no sabían por que marchaban o protestaban, quizá no lo puedan o sepan expresar en las palabras adecuadas, pero es claro que en sus sentires están todas las preocupaciones que aquí con unas pocas cifras se resumen.
Es algo parecido a cuando uno se siente mal pero no tiene claro que es lo que le pasa o qué es lo que le duele, lo cierto es que nos duele, que no lo soportamos, por eso el llamado siempre ha sido a la empatía, a que lo viéramos todo con otros ojos. Los de las generaciones que les precedimos debimos protegerles más, somos tan responsables de las cifras como de las políticas institucionales que no pensaron en la generación presente.
Lo cierto es que nada justificará que los más jóvenes del país, aquellos que quizá no supimos interpretar, hubiesen tenido que pagar las consecuencias de nuestra terrible indiferencia aun en tiempos de pandemia.
Y si, seguimos pidiendo justicia en el caso de Santiago Murillo y de todos los jóvenes que en este país murieron reclamando lo que no pudimos entender, y tal vez en su momento no nos animamos a reclamar, en resumen, un poco de dignidad.