Me molesta cuando escucho a las personas decir que esta generación es mala, holgazana, que las generaciones pasadas fueron mejores, que añoran a los de antes, a los que se escudan diciendo que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Y pienso que los malos somos nosotros, la generación que les antecedió. Malos nosotros que no tuvimos paciencia para enseñarles, malos nosotros que no nos esmeramos por encontrar su mejor versión, malos nosotros que criticamos con vehemencia nuestro propio legado, malos nosotros que no tuvimos tiempo para ellos, malos nosotros que creemos que deben pensar, sentir y actuar como nosotros, malos nosotros que nos llenamos de expectativas para hacerlos como nosotros.
Malos esos jefes que quieren que los chicos lo sepan todo a los 22, malos esos jefes que no enseñan con paciencia y culpan a los maestros, a las familias y a los ‘profes', malos esos que no entienden que su función en este mundo pueda ser educar con el ejemplo, pero que se educa con paciencia, malos los ‘profes’ que se rinden bajo el pretexto de que estos jóvenes son maleducados, trúhanes o patanes, malos los padres que se quejan de sus hijos porque al hacerlo desdicen de sí mismos.
No puede ser bueno, no puede ser sano decirles que son malos, que lo hacen mal, que son una generación perdida, les instalamos en la cabeza ideas caprichosas de lo que quisimos ser y no fuimos.
En la búsqueda de la felicidad esta generación nos supera con creces, y la logran de modo instantáneo, momentáneo, fugaz, tanto que parece molestarnos su casi ausencia de responsabilidad ¿pero quienes somos para criticarles? Se nos olvida que somos la generación que pensó que la felicidad se hallaba al final y no en el camino.
De manera que la desgracia no es tenerlos, la desgracia es que de cierto modo les envidiamos su buen rato, su exceso de libertad para hacer lo que quieren hasta el punto del desperdicio de sus talentos y la provisión natural de sus dones... pero ellos lo entendieron mejor que nosotros, su libre albedrio es claro, no se quedaron en la posición dual. Esta puede ser la generación que entiende que el ocio es tan importante como el trabajo, que mejor feliz un ratito y no una úlcera de ‘stress’.
Pero como quisiéramos verles sufrir del mismo modo que nosotros, nos comparamos, yo misma lo hago, lamentando no encontrar los mismos chicos responsables de antes. Nuestra desgracia fue homogenizar lo que siempre debió ser diverso e intentar hallar con la mirada lo mismo sin advertir el pequeño encanto de sus diferencias.
Por eso, cuando decides ser padre, jefe o maestro, o cuando te toca, porque en el misterio divino la vida te puso en ese papel, acéptalo con amor, porque el amor por fortuna no es solo sensación o vocación de servicio, es una decisión.
Solo dos valores pido a Dios todos los días: señor lléname de paciencia y señor lléname de empatía, la primera por mí y la segunda por ellos, porque si me lleno de paciencia no sufro y fluyo para contribuir a otros sin cansancio y la segunda, para que al hacerlo bien como mamá, ‘profe’ o jefe ellos valoren el esfuerzo y sean personas que puedan colocarse fácilmente en el lugar de otros.