Una de las cosas que personalmente me ha abrumado, además de las noticias, el miedo del ambiente, la irresponsabilidad de muchos, la conchudez de tantos y la necesidad de casi todos, han sido los decretos. No me he leído ninguno, soy muy selectiva en el contenido que dejó entrar a mi cabeza, para así mantener el equilibrio emocional, mental y físico. Pero no por eso, he sido ajena a la situación que estamos viviendo. Tengo claro que no necesito que nadie me diga lo que no debo hacer, para no hacerlo.
Tener a todo el mundo contento es un imposible, satisfacer a todos con las medidas partiendo de que las necesidades personales son diferentes, es aún más irrisorio. Ponernos a discutir con los demás, con el que no cumple las medidas o con quien sí, es caer, en lo que a mi modo de ver, más tenemos que cambiar con esta pandemia. El hecho de juzgar al que vive y entiende la realidad de una forma diferente y creernos jueces encasillados en nuestra propia arrogancia y falta de humildad, para reconocer y entender, que no todos están en la capacidad mental, concienzuda y menos económica para afrontar una situación como esta. Nos sigue sobrando prepotencia y nos sigue faltando solidaridad y humildad espiritual.
Si cada uno se pusiera a leer cada decreto, a escuchar cada emisión del Presidente, los alcaldes o las autoridades nacionales y locales, evidentemente tendría que quedarse en casa, para que medianamente le alcanzara el tiempo para ponerse al día. Sin embargo, no es totalmente necesario volverse experto en leyes o mantener pegado informándose sobre cómo se mueve la cifra de contagios, para tener claro que de mi actitud irresponsable, benevolente o juiciosa y precavida frente al virus, depende la vida de otro.
Esta situación no se trata de qué tanta ley o medida de precaución y prohibición saque el Gobierno, de cuánto miedo tengamos, de llenar cada sitio con letreros de distancias, de lávese las manos, de use tapabocas, de ley seca, de toques de queda, de que es culpa mía o del otro. Esto es puramente un tema de conciencia de pensar en el otro, de interiorizar que yo, aun sintiéndome bien, puedo ser la persona causante de la muerte de muchos, incluso puedo ser quien mate a mi propia familia. Paremos de echarle la culpa al virus y responsabilicemos propiamente, de que los humanos somos quienes tenemos la posibilidad de apretar el gatillo del arma letal llamada COVID-19, o de ponerle seguro a esa bala que sale a matar no solo a uno sino a muchos, incluso a nosotros mismos. Estamos siendo los humanos, como siempre, nuestros propios suicidas y asesinos.