Por años, hemos creído que las mujeres somos las que tenemos que hacer todo en la casa y ahora también se le suma que debemos trabajar porque los gastos se comparten y sí, algunas labores hogareñas también, pero no equitativamente.
Durante la cuarentena que vivimos todos, me pude dar cuenta que no sirvo para estar lavando, barriendo, trapeando y haciendo de comer. O bueno, sí sirvo porque eso lo hago bien, soy muy organizada y cocino rico, pero eso pasa exclusivamente cuando quiero y he ahí el meollo del asunto.
Si no quiero coger una escoba, si no quiero cocinar, no me entra en la cabeza que lo tenga que hacer porque es la obligación de la mujer. NO, no comparto ese pensamiento porque desde pequeña le preguntaba a mi mamá por qué ella tenía que hacer todas las labores del hogar si -además- trabajaba administrando negocios de la familia.
Creo que los tiempos han cambiado tanto, pero no lo suficiente. La mayoría de las mujeres siempre nos hemos sentido cargadas de labores y de etiquetas de mujer ideal. Tenemos que ser lindas, ordenar la casa, trabajar, ser mamás - no solo de hijos sino también de esposos, porque hay algunos a los que toca terminar de criar-.
A veces me pregunto si eso de la liberación femenina no es sino pura teoría, porque si nos vamos 100% en la práctica, termina siendo otra tarea más de la que nos hacemos cargo. Otra lucha.
Hace algún tiempo, en una conversación con mi papá y otra luego con mi mamá, ambos dijeron: el hombre es el que lleva las riendas del hogar. Ellos se referían al tema monetario y a las decisiones. Ahora que lo pienso bien y acuñando palabras en alguna parte de la biblia, es así.
Pero, ellos también se referían a que esas riendas se daban cuando era el hombre quien sustentaba económicamente una casa y la mujer era eso que sale en los cuentos de hadas, una especie de Blancanieves o Cenicienta: que hace oficio, pero los enanitos o el príncipe, la recompensan.
Soy de las que cree que por mucho feminismo, liberación femenina, rebeldía o cómo quieran llamarlo, las mujeres siempre estaremos destinadas a hacer más. Si nos cansamos nos toca sacudirnos y seguir, si no queremos hacer de comer el niño llora de hambre y toca pararse a hacer, si la casa está revolcada y uno está aburrido sin querer ordenar, la opción es esperar a que pase el tiempo y ponerse a ordenar. Los hombres no (a menos que sean hombres maltratados), si ellos ayudan, genial, si no lo hacen, pues no importa, total, “no es su obligación”.
Sueño sí con escribir libros, tener una finca lejos en clima frío, donde pueda cultivar lo que me como y andar descalza por el pasto. Sueño compartiendo viajes con mi pareja, escribiendo bitácoras y crónicas de diferentes experiencias y muchas otras cosas que nada tienen que ver con una escoba, un trapero y una cocina (excepto porque me encanta comer).
Hoy quiero repetir hasta convencerme que eso no está mal. Que no hacer, también es una posibilidad que merecemos las mujeres. Que si la casa se ensucia, se llena la cesta de ropa, el lavaplatos está que explota y hay una pila gigante de ropa por doblar... es responsabilidad de todos los que viven en ese hogar.
Ya dejemos el imaginario colectivo de creer que la mujer ideal es la que hace todo en la casa y que el hombre perfecto es el que mantiene económicamente el hogar. No señores, el mundo no es el mismo de ayer y los hombres y mujeres tampoco.
Dejemos atrás las frases: Ah... Ya sabe cocinar, entonces ya se puede casar. Rompamos el cascarón para ser felices, como sea que lo que seamos cada uno, pero felices...
Lo cierto es que mi felicidad no está en mantenerme pegada a las labores del hogar y eso no está mal y nadie tiene por qué juzgar.