En el discurso de Alejandro Gaviria, Rector de la Universidad de los Andes, dirigido a los graduandos en este primer trimestre del año, se puede advertir la que, sin duda, sea una de las mejores reflexiones para la presente y quizá futura generación de profesionales, de quienes se espera la apropiación de lo mejor de este convulsionado mundo, para arrancar lo mejor del efecto totalizante de la globalización, como lo ha sido la pandemia.
Su referencia a las dificultades develadas por la pandemia en la vida de las personas, especialmente en los estudiantes, previene la necesidad de quedarnos no solo con lo mejor, sino además con aquello que nos haga crecer, es así como se requiere la aprehensión de un valor como la “resistencia”, ese que indica que hay que permanecer en pie, en firme, un valor desconocido por muchos, porque solo se sabe si se posee cuando la vida te pone a prueba y no a toda la vida nos pone a prueba. Si mantenernos cuerdos en época de libertad a plenitud es difícil, la pandemia puso en evidencia los rasgos más agudos de nuestra personalidad y lo complejo que resulta ser o aparentar ser normal, en un mundo que ya no lo es o que quizá nunca lo ha sido.
De allí que sea importante, para los neófitos de la vida, para los que inician su vuelo profesional o personal el vital consejo de Gaviria, ese de no dejarse encajar en el molde, lo que señala como: “la invitación a caminar hacia donde sus estrellas los llama, siempre dispuestos a cambiar de estrella o de camino, a no caer en la tentación del odio, el fanatismo, la inquisición o la justificación de la violencia, a mantenernos siempre despiertos, plenamente conscientes como dice el poeta, de que no hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario y que cada instante, cada minuto es un regalo, que eso nos debería volver humildes y nos debería también hacernos dar las gracias”
No pude dejar pasar por alto este mensaje, no pude igualmente pensar que, a pesar del adecuado uso del lenguaje y el positivo mensaje de resistencia, este no resulta aplicable a todos los jóvenes colombianos, invitar a pensar desde el deseo o desde lo deseable, es sumamente complejo cuando ni siquiera las necesidades básicas de los más jóvenes están cubiertas, así que sus deseos en esa lógica tendrán que posponerse hasta cuando por lo menos lo indispensable este cubierto.
Todos vimos como, por ejemplo, tuvieron que concluir su prom escolar los más jóvenes refugiados en casa, porque los adultos tomamos la decisión de protegerles de ese modo; no pude evitar pensar que esos mismos jóvenes ya emprendieron su programa universitario, y que inevitablemente, por los azares de un mundo que pide a gritos un cambio, permanecerán desde lo virtual por otro buen tiempo. Imagino que, por más discursos optimistas, en los que se les indique que sigan su deseo, debe verse el panorama completo, ese en el que no tenían todos los recursos para su aprendizaje disponible, algunos ni siquiera un módico sustento diario, eso tal vez lo vivimos de modo más cercano los que somos profesores de los menos privilegiados.
El escenario ideal, el halagador, sería el de la complementación de este especial discurso desde la academia, con el de quienes toman las decisiones del rumbo del país y sus ciudadanos. Por qué no hay compatibilidad alguna entre esta bella reflexión del deber ser y la realidad del país, más si se sigue la lógica del discurso de los 1.800 pesos de la docena de huevos, por parte del jefe de la cartera que revisa los valores de consumo de la canasta familiar, entonces quizá en ese imaginario de espalda a la realidad si sean posibles los deseos, porque al menos para una única proteína diaria alcanzaría.
Si la invitación es a la resistencia, a ver un panorama completo para tomar muchos cursos de acción posibles, a tener muchos planes para no dejar de resistir, es la invitación a la que muchos jóvenes asistirán, pero para ese viaje, en esa vía, en ese rumbo que no es sino la propia vida de su “elemento” deberá garantizárseles lo mínimo, lo que implica saldar la deuda con esta generación y reconocer que hay excluidos de los deseos, que en algún lugar hay sueños, anhelos, propósitos o deseos fundados en proyectos éticos de vida que quedaron aplazados esperando las condiciones para hacerse realidad. Mientras no se tome en serio el futuro del país, llegará el momento en que no tendremos ni siquiera el derecho a señalar que este “nos vale huevo”.