El Ágora, o la asamblea, como se conoce en castellano, fue en algún momento de la historia el lugar preferido por Sócrates para filosofar, ya que allí se reunían los ciudadanos que gozaban de calidades éticas y amplios conocimientos que les permitían librar importantes debates políticos, económicos y sociales. En este espacio, además, se tomaban las decisiones que marcarían el destino de las ciudades; en otras palabras, en este escenario se establecía la materialización del quehacer de la política.
Dicho evento era de carácter participativo y uno de los acontecimientos más importantes que le dieron origen al concepto de la Democracia. Pero además de esto, lo que sucedía en el Ágora fue un punto de referencia e influencia importante para el funcionamiento de los estados que más adelante se consolidaron en el hemisferio occidental.
Desde su perspectiva semántica, la política ha sufrido diversos procesos de transformación a través del tiempo. Esto ha dado lugar a cientos de conceptos e interpretaciones que han tratado con esfuerzo de descifrar la naturaleza de la política y su razón de ser en el mundo. En medio de las diferencias, diversos autores y analistas de la política han logrado coincidir en que esta tiene una estricta relación con el ejercicio del poder.
Por ejemplo, Carl Schmitt define la política como un juego o dialéctica amigo – enemigo, que tiene en la guerra su máxima expresión. Asimismo, Maurice Duverger afirma que la política es una lucha entre individuos para conquistar el poder; mientras que Gramsci, con una posición que apela más al consenso pero sin alejarse sustancialmente de las otras posturas, analiza la política desde la relación gobernante – gobernados o dirigentes – dirigidos.
De esta manera, se puede observar que gracias a diversos acontecimientos de la historia, como la aparición de los partidos políticos y los procesos de evolución a los cuales se han sometido las sociedades, la política ha perdido contenido filosófico, ha perdido una voluntad ideológica que con el pasar del tiempo se ha ido desvaneciendo en el aire y se ha caracterizado principalmente en una disputa a sangre fría por el poder, sin ofrecer ningún tipo de contenido de peso a los llamados gobernados y las transformaciones sociales que reclaman.
En nuestro contexto nacional se puede evidenciar un fenómeno curioso, pues durante las campañas políticas podemos escuchar interesantes propuestas que atienden a las necesidades de la comunidad y buscan superar los diversos problemas que la aquejan. Sin embargo, una vez electos los representantes, dichos temas, estrategias y alternativas socializadas durante la contienda electoral no son incluidas en la agenda política y quedan en el olvido durante cuatro años, siendo el pueblo el principal afectado por el comportamiento de sus elegidos.
Entonces, además de la facultad de ejercer el poder, ¿qué otro elemento está motivando a los líderes y lideresas a participar en los escenarios de decisión pública?
En Colombia nos estamos enfrentando ante una evidente crisis moral de la política que hace presencia en todas las regiones y ciudades del país, donde no son las mejores mujeres, ni los mejores hombres quienes están representando la voluntad de la ciudadanía que democráticamente los elige para atender sus problemas y demandas; ya no son las ideas ni la argumentación lo que gana las elecciones, cada vez es más cerrado el grupo que disputa y logra ganar un lugar en los concejos municipales, en las asambleas departamentales y en el Congreso de la República.
Si el poder ejecutivo ha perdido su rumbo, el legislativo aún más y el judicial es cada vez más debilitado y absorbido. Los espacios de decisión se convirtieron en trincheras donde las mismos grupos y élites se disputan el timón del barco que durante toda la historia de este país han utilizado para atender sus propios intereses, dejando de lado los del pueblo y desnaturalizando así el sentido mismo de la política.
Ante este proceso de devaluación que atraviesa la política nacional, regional y local, los sectores alternativos tenemos la inmensa responsabilidad de recobrar esa razón de ser de la política a través del quehacer, dentro de un esquema de valores y una estructura ideológica consecuente con las necesidades y los problemas que enfrentamos actualmente.
Los sectores alternativos, especialmente en el Departamento del Tolima, debemos evitar a toda costa servir de instrumento útil a las elites y a los actores de la política tradicional en su disputa por el poder, enfrascándonos en sus discusiones y rencillas que poco o nada tienen que ver con los asuntos de carácter público que el Estado debe atender. Los sectores alternativos debemos escalonar a la agenda política aquellos temas que no son de carácter negociable en ningún escenario. La apuesta contemporánea, en sintonía con los objetivos de desarrollo sostenible, debe ser enmarcada a la defensa de los derechos humanos y la paz, la protección del medio ambiente, la erradicación de la pobreza, la educación superior gratuita y de calidad, la equidad de género y la generación de oportunidades que permitan el desarrollo integral de nuestros territorios.
Si los sectores alternativos logramos converger en esta agenda de lo innegociable y elaboramos una ruta de trabajo en función de la misma, se podría estar hablando de hacer un verdadero frente a las maneras tradicionales de la política y con esto crear las condiciones de progreso y desarrollo que nuestro país y nuestro departamento demandan a gritos. Es la hora de deconstruir la herencia que nos dejó el frente nacional, ya no podemos seguir viendo la política como la lucha de dos sectores por conseguir el poder. Debemos pensarnos y hacer ver a la política como el ejercicio mediante el cual se tomarán las decisiones objetivas y correspondientes para el progreso de las naciones.