Mucho se sigue escribiendo sobre educación, pues se asume que es el pilar para casi todo.
Terminando el bachillerato o la preparatoria, millones de jóvenes buscan opciones para seguir estudiando y poder acceder a la universidad.
En varios países, la formación técnica y tecnológica es muy importante y el modelo de educación dual, donde los estudiantes trabajan en una empresa y al mismo tiempo reciben formación profesional en un centro o instituto, ha demostrado ser una gran opción que genera salidas para conseguir un empleo.
Otros prefieren el modelo tradicional y dedicar varios años de su vida a estudiar en plataformas o campus, interactuando con sus compañeros y profesores.
Muchos trabajan, sin duda, pero eso no hace parte del desarrollo de su programa académico como tal, más allá de la posible convalidación de la experiencia como práctica profesional o servicio social.
La pregunta que surge es ¿Para qué? Suenan entonces las críticas de Estanislao Zuelta, aquel pensador colombiano cuyo único título fue un doctorado honoris causa, cuando decía que cuando entró a la escuela dejó de aprender y por eso abandonó el colegio, para dedicarse a leer y pensar por su cuenta.
Sin embargo, la crítica no era al colegio como tal sino a la forma anacrónica en la que se procedía en las aulas. Winston Churchill también anotó sus críticas al profesor de latín que tuvo en sus años escolares, pues pedía memorizar reglas y no aceptaba preguntas que le surgían sobre la lógica de lo que se enseñaba.
En ambos casos eran evidentes las ganas de aprender, de leer, de pensar y preguntar mucho más de lo que la enseñanza tradicional estaba dispuesta a permitir.
Afortunadamente esto ha ido cambiando y poco a poco se retoman ejercicios que se habían olvidado, como preguntar por lo bueno y lo malo, aceptar la refutación y exigir evidencia, exponer argumentos que pueden conducir el ejercicio de diálogo hacia otra parte.
Tareas como el dictado se revisan críticamente y se busca generar en los estudiantes más preguntas y caminos para resolverlas, que respuestas concretas de autoridad que limitan la crítica.
Es lo que debe buscar la educación, ofrecer caminos para que cada quien se realice plenamente y pueda encontrar en la vida su ocupación u oficio, aquello que lo haga feliz.
Los proyectos que obligan a los estudiantes a investigar, a pensar, a angustiarse, a trabajar en equipo, son clave y deben siempre tener una guía general que no limite las posibilidades de crear algo nuevo.
Sin embargo, la formación para el empleo es una cosa y la educación y formación para la vida son otra. Muchos pretenden que se ofrezca o la una o la otra e incluso he tenido largas discusiones con quienes cuestionan que un técnico en electrónica, por ejemplo, tenga que escribir bien o desarrollar hábitos de lectura.
Si algo no podemos hacer es programar seres humanos para que dejen de serlo y solo sigan instrucciones.
El gran reto es pensar la educación como un punto de encuentro entre disciplinas, saberes, emociones y tantas otras cosas.
De ahí la importancia de lograr diseños curriculares flexibles que garanticen que todos puedan desarrollar competencias básicas para encontrar un empleo o emprender, como son la investigación, las matemáticas, el análisis de datos y la programación, el trabajo en equipo, el liderazgo, la resiliencia y otras mal llamadas “habilidades blandas”; siempre acompañadas de lo esencial: las humanidades.
Un ser humano es aquél que piensa, que lee, que quiere seguir aprendiendo ¿Educación para qué? Para aprender a aprender. Ese es el gran reto.