Nos costará mucho haber enseñado a las nuevas generaciones que los privilegios son derechos y, por lo tanto, deben ser garantizados por el estado.
Mucho se puede decir sobre la necesidad de ampliar cobertura y calidad en el conjunto de interacciones propias de un sistema educativo. Sin embargo, si algo empieza a salir a flote es que desde temprana edad se nos enseña que tenemos derecho a todo. No estoy exagerando, una y otra vez nos piden asumir que tenemos derecho al trabajo, a una vivienda digna, a descansar, a la salud, a la educación, a tener una familia y a cualquier otro asunto que se les ocurra, sin que nos tengamos que esforzar.
Hasta aquí, suena bien, tenemos derecho a todo solo por existir. El problema surge cuando esto no se acompaña de una reflexión sobe el ejercicio de los derechos y se limita a promover su exigencia ¿Puede el estado colombiano responder a todo lo que se le pide vía populismo legislativo? ¿Están dispuestos los empresarios y trabajadores formales a seguir pagando impuestos y todo tipo de aportes pensados para la población vulnerable, pero que terminan sosteniendo clientelas políticas y a cientos de miles de tramposos y vividores?
Pues bien, hoy son millones de jóvenes los que tomaron atenta nota de todo aquello a lo que tienen derecho, pero no ahondaron en la reflexión sobre lo que esto implica, sus responsabilidades y el costo. Este último lo ignoran a propósito, con la excusa de que vía impuestos a unos empresarios “opresores” se cubre de sobra.
Eso de promover la educación financiera, la ciencia, la lectura, el pensamiento crítico y la exigencia a profesores y escuelas para que actualicen contenidos y estrategias pedagógicas; eso aquí no pegó (las pruebas PISA muestran lo mal que estamos).
Eso de empezar de cero, de esforzarse, de aprender que en la vida las cosas se ganan y no solo se heredan, que un título no garantiza que quien lo obtiene sea un buen profesional; eso aquí no pegó.
Eso de ahorrar varios años para poder comprar una vivienda digna, pagar la educación de los hijos, aportar a un plan de salud y ahorrar en un fondo de pensiones; eso aquí no pegó.
Eso de reducir la burocracia y el corrompido gasto público, con el fin de liberar a las nuevas generaciones de la deuda acumulada por el populismo legislativo y el sistema clientelista; eso aquí no pegó.
Aquello de permitir el aborto sin importar que hayan pasado cuatro meses de gestación y el bebé ya pueda sentir y por lo tanto sufrir; eso sí pegó. Aquello de invertir cientos de miles de millones en investigaciones insignificantes o velódromos, mientras niños y niñas en las escuelas rurales no tienen baterías sanitarias; eso sí pegó. Aquello de aumentar los presupuestos para la universidad pública, dejando la educación prescolar y las urgentes inversiones en primera infancia a un lado; eso sí pegó. Aquello de permitir que en las aulas se llame a la subversión y que la universidad sea una subversidad; eso sí pegó. Aquello de ver la corrupción solo en un lado del espectro político y denunciarla para llamar a un paro nacional, sin explicar las tulas de efectivo que sus propios líderes reciben; eso sí pegó.
Vamos a pagar muy caro el haber promovido un discurso “revolucionario” en las aulas, de espaldas a la economía. Mientras celebramos los avances de TESLA, Space X o Amazon; caminamos hacia el abismo soviético y hacia el exitoso modelo cubano, ese que suprime toda libertad.
Nota: la única forma de garantizar la independencia de los medios de comunicación es ayudando a sostenerlos con nuestros aportes. Hasta en eso hoy vamos hacia el socialismo: los medios financiados por los gobiernos y respondiendo a lo que su único cliente necesita. Triste.