Del dicho al hecho siempre hay… una elección.
Ecuador entra en un nuevo escenario muy difícil, que puede terminar en nuevos enfrentamientos, como los que nos hemos acostumbrado a ver. Colombia entra ya en el año electoral para elegir representantes a las dos cámaras del legislativo nacional y Presidente de la República. México está a meses de la elección de la cámara federal de diputados y Perú de la elección presidencial. Chile tendrá un fin de año crucial.
Un tema suele estar por ahí rondando, pero solo se atreven a sacarlo a flote quienes tienen muy claro su posición frente a la estatización de la vida social: la educación.
No me malinterpreten, es legítimo que existan quienes abiertamente promueven que el estado se encargue de la educación y limite la iniciativa privada. Lo grave es que no encuentren propuestas diferentes o complementarias, que promuevan nuevos modelos y emprendan proyectos diferentes, buscando ofrecer otros caminos para que cada quien defina libremente qué quiere estudiar, cómo y en dónde.
Hasta hace unos años había quienes criticaban abiertamente la educación en modalidad no escolarizada, alegando que no era de calidad, que los estudiantes no se conectaban con los temas y sufrían para apropiarse de los contenidos mínimos y desarrollar las habilidades que requería cumplir con los objetivos de aprendizaje.
La pandemia del COVID-19 cambió el panorama. Las universidades que se pelean por estar en los rankings ahora muestran sus centros de innovación, sus aulas digitales, como los estudiantes pueden estar presentes o conectarse desde sus casas. Ya perdí la cuenta de todos los webinars y papers que se han publicado sobre la educación “post COVID”.
Por ello, cabe recordar que muchas universidades se arriesgaron desde hace años y ofrecieron nuevos caminos, cambiaron sus modelos educativos y repensaron el diseño curricular.
Hoy hemos logrado entender los retos de la educación media superior y superior, asumiendo que el mercado laboral no es estático y por lo tanto debemos promover la flexibilidad y el desarrollo de competencias que garanticen la formación para el aprendizaje a lo largo de la vida, más allá del aula, más allá de la modalidad.
No se trata de programar robots con características de seres humanos, como pretenden quienes olvidan las humanidades y se concentran en una limitada comprensión de las “habilidades blandas”, concentrando todo su esfuerzo en asuntos meramente técnicos.
Se trata, por el contrario, de potenciar lo humano, de potenciar la creación. No debemos nunca dejar de lado el desarrollo de competencias en comunicación, en expresión artística, en filosofía y todo lo que promueva el pensar libremente y reconocer “aquello que merece ser pensado”, como diría Heidegger.
Ello incluye la posibilidad de tomar decisiones, de reconocer la importancia de las matemáticas y la programación, de no tenerle miedo al cambio y, al contrario, promoverlo abiertamente. Aprender a capturar y entender los datos y así tomar mejores decisiones, sin por ello dejar de leer y crear poesía.
Lo uno no excluye lo otro. Todos esos que dicen que la filosofía y el arte no sirven para nada, olvidan que la creatividad implica pensar y expresarse. Sin esto, ni Facebook, ni Amazon, ni TESLA, ni nada.
La clave está en desarrollar competencias generales o integrales, disciplinares y otras especiales que orienten el desempeño profesional. Esto implica promover con decisión la innovación en educación y no limitarla, garantizando que nuevas formas de aprender encuentren terreno abonado y no barreras y obstáculos.
Si la democracia implica que podemos lograr acuerdos, respetando nuestras diferencias, que la educación sea ese escenario de libertad y nunca de demagogia y represión.