Del paro parece quedar solo el humero, los procesos de movilización social tuvieron que empezar a sucumbir. Pero es que nadie aguanta más de dos meses de modo consistente en esa lucha, cansan los días, la displicencia, la ausencia del “otro” en la discusión de lo importante. A estas alturas la decisión ha sido la de huir a las confrontaciones dolorosas, esas en las que la sociedad pueda entender qué es lo que le duele, por qué le duele y cómo superarlo.
Ningún dolor por pequeño que sea se supera sin el tratamiento adecuado, algunas medidas lo podrán calmar un rato, pero con el tiempo lo que no se cura vuelve a repetir y lo hace de modo crónico, persistente e intenso, ojalá no sea eso lo que pase, que los dolores de hoy no se traduzcan en tragedias mayores en el futuro, más de cincuenta jóvenes muertos en el país ya fueron suficientes.
Se pensaría que los intérpretes del dolor serían los elegidos por el pueblo: “los políticos”, pero lo palpable es que a hoy los políticos no pusieron ni perdieron nada con el paro, algunos brillaron por su ausencia, otros por su auténtica incompetencia, varios por sus mentiras; lo cierto es que pocos, muy pocos aportaron algo, pocos estuvieron dispuestos a atender las solicitudes reivindicativas del pueblo, la mayoría callaron, mientras en el privilegio de sus casas recibieron sus sueldos ante la mirada atónita de sus electores.
Los pocos políticos que hablaron, lo hicieron para polarizar más el país, establecieron la distinción entre vándalos y gente de bien, los primeros para referirse a los sujetos que salían a la calle a arengar en contra de las reformas nefastas diseñadas de espalda y alejadas a la realidad social, y los segundos, para referirse a los ciudadanos que aportan al país con trabajo y emprendimiento, llegó un punto en el que al calor de una buena conversación en la casa de mis padres, no supe distinguir si yo era una vándala o hacia parte de la gente de bien, a hoy mi cabeza me advierte como gente de bien pero con el corazón puesto en el vandalismo de querer un país más equitativo.
Los discursos estigmatizantes fueron advertidos por la CIDH como los propiciadores del acelerado deterioro del debate público, con el agravante de que estos provenían de las autoridades locales, una acción más para achacar a los políticos.
Pero que puede pedirse en un país en el que sus legisladores son tan osados como para haber tenido entre sus múltiples prebendas, leyes que les autorizaba a ellos y sus familiares pólizas de medicina prepagada a costa del recurso público, cuando miles se quedan por fuera del sistema de salud o acuden a uno absolutamente precario, como dicen hoy en día: parece chiste, pero es anécdota.
Perdónenme la rabia, ha de ser el descontento de ver las injusticias de este país, de tener que escucharlas casi a diario en todos lados, en la calle, en el trabajo, en las voces de mis estudiantes, en el taxi, en la emisora, en las redes, de ver como la pandemia castigó más agresivamente al pobre, en conclusión: ¡cómo se paga de caro un mal voto!
Por eso la invitación es reiterativa a votar de modo diferente, de modo inteligente, hay que recordar a los políticos de hoy para no tener que verles más adelante, ya que con estos no se pudo ni siquiera hablar.