En efecto querido lector, las cosas no podían estar peor en un país donde los más corruptos salen de la cárcel a disfrutar sus fortunas y tienen seguidores que los reciben cual héroes de la patria. La niña Ambuila y su padre no tienen por qué explicar sus carros y carteras de miles de euros, Iván Moreno nada tiene que hacer en la cárcel y es apenas justo que ya esté en su casa, viviendo en la austeridad de quien lleva algunos años sin recibir un salario. La lista es larga e incluye a muchos que han logrado evadir la justicia y siguen posando para las páginas de las revistas sociales.
Álvaro Gómez pedía que tumbáramos el régimen, lo mataron. Galán exigía acabar de una vez por todas con la nefasta complicidad entre política y narcotráfico, lo mataron. Pizarro dejó las armas y ofrecía un modelo diferente, lo mataron. En reuniones privadas se comentan los peores entramados de corrupción, pero el miedo impide que salgan a la luz pública y uno que otro periodista pide un “aporte” para guardar silencio, alegando que “de algo toca vivir”.
Llegó la pandemia y ahora es la excusa perfecta para olvidar todo lo que traíamos y exigir del gobierno que nos dé la mano, que cumpla su deber, que ayude a ricos y a pobres porque todos somos iguales. Pues bien, lo triste de esta historia es que los muy ricos, pero sin una trayectoria empresarial transparente y clara; y los muy pobres, que aumentan a la par con las transferencias que debían sacarlos de la pobreza; son intocables. Los unos logran evadir su responsabilidad con el estado y “optimizan” sus reportes a tal punto que logran evadir los impuestos que los demás tenemos que pagar pase lo que pase. Los otros muchas veces complementan sus ingresos con jornales o algún negocio, pero hacen lo que sea para evitar una relación laboral o formalizar su “emprendimiento” porque entonces pierden la mesada de papá estado.
De manera que en Colombia vivimos en el mundo al revés. Los “empresaurios”, es decir, quienes han hecho fortuna gracias a las absurdas regulaciones estatales que solo los benefician y evitan que lleguen nuevos competidores, y los pobres que siguen en la pobreza gracias al estado y sus transferencias, son hoy los mejores aliados. Ninguno aporta, pero ambos reciben. Mientras tanto los de en medio a trabajar 24/7, pagar el predial a tiempo, aceptar la retención en la fuente, “pedir la factura”, atentos a la planilla de seguridad social de sus empleados, etc.
En el COVID los unos disfrutan del estado de emergencia y aprovechan su entramado mafioso para apoderarse de los recursos que se destinan para el apoyo de los otros, a quienes se les gira un cheque adicional por la crisis que atraviesan. Los demás, pues que inicien los trámites, pidan los créditos, saquen los ahorros, preparen el pago de impuestos para diciembre, alisten lo del predial, trabajen desde casa y pidan a la virgen que los proteja. Lindo así.
Aquella frase que algunos recuerdan de Pambelé, pero que ha estado presente desde hace siglos, lo delimita todo muy bien: es mejor ser rico que pobre. El asunto es que en Colombia la clave es ser o lo uno o lo otro. En el medio que aguanten para no caer y que ni se atrevan a subir. Mientras tanto el gobierno hace lo que puede, evitando problemas con los intocables, pues el camino obligado en caso de enfrentarlos ya está trazado… ¡Nos jodimos!