Gustavo Petro fue elegido de forma democrática en un país en donde los ciudadanos respetan y apoyan las instituciones. Los colombianos esperamos que al terminar su periodo de cuatro años el país siga por lo menos igual de democrático e institucionalmente fuerte a como él lo recibió.
Nuestra democrática nación eligió a un exguerrillero, indultado, que durante décadas obtuvo el favor popular para ser elegido al Congreso de la República y la Alcaldía de Bogotá. Lo eligió porque hizo unos compromisos claros, acompañado por personalidades como el profesor Antanas Mockus y algunos dirigentes que después fueron sus ministros. Elegirlo es la prueba de la fortaleza democrática e institucional de Colombia.
Las dinámicas de la política colombiana no eran desconocidas para el candidato, ni para el presidente electo, ni para el presidente en ejercicio. Conocía y conoce muy bien el establecimiento a tal hecho que para elegirse se rodeó de los dirigentes más “dinámicos” de la política criolla, y luego, logró integrar unas mayorías en el congreso con el soporte de partidos que no lo habían apoyado en su elección.
Podríamos decir que los partidos integraron unas mayorías bajo el principio de responder al mandato del cambio sugerido por los votantes en las elecciones de Congreso y Presidencia.
Sin embargo, el respaldo con el que fue elegido el candidato empezó a disminuir cuando él mismo terminó con el acuerdo nacional que representaba la presencia en su gobierno de ministros como Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo, y más recientemente Jorge Iván González.
El gobierno no ha logrado concretar una agenda permanente, la política de la paz total ha retrocedido al país a escenarios de hace dos décadas atrás, las propuestas de reformas presentadas al Congreso no han logrado consensos reales, la ejecución presupuestal es la más baja en la historia durante los últimos 20 años.
Otro capítulo merecería los escándalos por corrupción, nombramientos de funcionarios, las declaraciones de apoyo a la campaña de Iván 'Mordisco', el pacto de la picota, y otros escándalos al mejor estilo de la serie House of cards.
Por eso, el presidente está en campaña, al parecer le gusta más la condición de candidato que de gobernante, como candidato siempre ha tenido una alta aceptación, como gobernante no tanta. Ese el trasfondo de todo.
Durante los últimos días el presidente propuso una constituyente, necesita estar en campaña, y que mejor que el discurso de cambiar la Constitución Política, es decir, cambiar el contrato social de la nación, cambiar el modelo económico e institucional.
No importa que sea una propuesta alejada de los compromisos y al discurso que lo eligió presidente. Tampoco que la propuesta no tenga futuro, lo que importa es el escenario para hacer campaña.
La propuesta nace de la necesidad política de un presidente que perdió el apoyo incondicional del Congreso (aunque votaron por no censurar a los ministros de Defensa y Salud). Es una propuesta que mueve las fibras del país político, muchos dirigentes nacionales quisieran una constituyente, su propia constituyente, la de cada uno de ellos.
Lograr las transformaciones que necesita Colombia no requiere una constituyente, alcanzar la paz tampoco, ni las reformas sociales, para lograr las transformaciones lo que se requiere es establecer los consensos necesarios entre los diferentes sectores sociales y políticos. Y en últimas, si lo que se quisiera es modificar la constitución, la institucionalidad ofrece muchos otros caminos menos complejos y más expeditos.
Lograr las transformaciones no requiere de un presidente candidato ofreciendo cosas por el territorio nacional, lo que necesita es un presidente gobernando desde Casa de Nariño, buscando consensos y ejecutando el presupuesto.