Ibagué es una ciudad con una capacidad de resistencia única. Las administraciones públicas de las últimas décadas han sido poco visionarias, algunas mediocres, otras conformistas, y casi todas indiferentes y clientelistas. No estamos en peores condiciones gracias a la inversión privada -local y foránea-.
Y los responsables de esas pésimas administraciones públicas son los políticos, los mismos de siempre, quienes aparecen en cada proceso electoral para buscar sus votos. El objetivo de ellos es claro: quedarse con la Alcaldía de Ibagué, obtener el poder burocrático y presupuestal, y nada más.
Quien asume el cargo se instala a imponer sus caprichos, reparte la torta clientelista, favorece intereses particulares por encima de los generales y, mientras tanto, la ciudad sigue estancada. Desempleo, hambre, problemas de seguridad y movilidad, y la ausencia de grandes inversiones son el común denominador de la capital del Tolima.
Ibagué superó el desastre de la alcaldía de Luis H. Rodríguez, quien cogobernó con Mauricio Jaramillo, Emilio Martínez y Óscar Barreto, entre otros jefes políticos regionales.
Luego llegó Guillermo Alfonso Jaramillo, disfrazado de independiente, pero que continuó repartiendo el botín (burocrático) con su hermano Mauricio, Emilio Martínez y otros personajes como Nayid Salazar, quien era conocido como ‘el poder detrás del poder’, no solo en Infibagué, sino en toda la administración municipal.
Ese grupo se enfrentó al barretismo y, por esas peleas mezquinas, por ejemplo, torpedearon la construcción del viaducto de la calle 60 con carrera Quinta que prometió construir el exgobernador Óscar Barreto. El jaramillismo midió el riesgo de permitir una obra de esa envergadura, lo cual favorecería electoralmente a Barreto, y para ellos, al parecer, lo mejor era dejar la ciudad sin la obra.
Y saber que el ‘barretismo’, sin construir el viaducto, se quedó con la Alcaldía de Ibagué y puso a Andrés Hurtado, un joven ingeniero que salió del liberalismo y llegó al conservatismo, prometiendo amor eterno y una lealtad antisísmica hacia su majestad Óscar Barreto.
Hurtado, Barreto y la representante Adriana Matiz -posible candidata a la Gobernación del Tolima- prometieron que esa organización política sería responsable con Ibagué, armaron tremendo plan de desarrollo -con obras y proyectos vitales-, pero al final pasó lo de siempre: se agarraron por el poder, la contratación, los puestos e Ibagué quedó a la deriva.
El alcalde Andrés Hurtado armó toldo aparte, sacó uno a uno a los ‘barretistas’ e incorporó a su propia gente para darle forma al ‘hurtadismo’. Las cabezas visibles de ese naciente movimiento son: Óscar Berbeo, Didier Blanco, Leandro Vera, Johana Aranda y Juan Carlos Núñez, entre otros. Y detrás de bambalinas estaría Carolina Hurtado, la exalcaldesa de Lérida y hermana del mandatario, quien sería la encargada de supervisar la contratación pública.
Fuentes del IBAL, por ejemplo, sostienen que Carolina sería la encargada de recordarles a los directivos de la empresa que el que manda es su hermano y no Óscar Barreto, a quien le sacaron el gerente (Rodrigo Herrera) en el reciente sacudón ‘barretista’.
En medio de todo ese panorama, Barreto y Adriana Matiz, los dos promotores de Andrés Hurtado, guardan silencio y la ciudad: sometida a este pobre espectáculo.
El exgobernador no quiere referirse a la ‘traición’ de Hurtado; lo único que comentó fue: “ahora tenemos que trabajar más duro”, mientras la congresista Matiz no dice ni mú.
En los gremios económicos, en las empresas privadas y hasta en la misma clase política comentan que lo que viene será duró. Barreto no se quedará quieto, Hurtado tendrá que defenderse de sus líos judiciales e Ibagué seguirá estancada porque los políticos seguirán en las mismas.