La calidad de la educación en Colombia es mala, hay que decirlo. Algunos, sin embargo, pretenden conciliar el sueño alegando que estamos mejor que Bolivia o Haití.
Niños y niñas en Colombia hacen un esfuerzo increíble para conectarse a sus clases remotas, llamarlas virtuales o en línea es un error, pero millones no logran ver con claridad lo que sus maestros tratan de exponer. No tienen conexión a internet, si la tienen puede ser mala o deben compartir el computador de su casa con quien también tiene que trabajar, o con algún hermano o prima que está en un grado diferente.
Antes de la pandemia la brecha entre los mejores colegios y aquellos que se ubican en la media nacional, era ya abismal. Con el COVID las cosas serán aún más graves y la brecha entre unos y otros se habrá ampliado a tal punto que años de pequeñísimos avances quedarán en el olvido. No olvidemos que en los últimos reportes de las pruebas PISA, 2018, Colombia perdió varios puntos, muy a pesar de la propaganda oficial que acompañaba el discurso por la paz con cifras de más inversión en educación.
¿Cómo estarán las cosas ahora? Varios amigos me comentan que han tenido que ampliar la capacidad de internet en sus casas, comprar computadores y tabletas y “estar encima” de sus hijos para que sigan “aprendiendo”. El asunto aquí es que, en Colombia, la mayoría no tiene como hacer eso. Ampliar la capacidad del internet o adquirir un nuevo dispositivo es algo que sencillamente no pueden hacer.
En la aproximación humanista a la Psicología de Abraham Maslow, se establecen jerarquías de necesidades. En la base de esa pirámide están las necesidades fisiológicas y de seguridad. Esta última incluye el empleo, o mejor, digamos aquí, el ingreso mínimo. Pues bien, en una economía donde la informalidad supera el 50% y enfrenta medidas de restricción para lidiar con una pandemia, esas necesidades pueden no satisfacerse. Es decir, lo primero es sobrevivir, la educación puede esperar.
Lo más grave es que los planes de alimentación escolar, PAE, esos que se robaron quienes financiaron campañas políticas, hacen que los niños y niñas reciban sus alimentos básicos en las escuelas y colegios; esos que ahora están cerrados ¿En serio creen que podrán comprar una tableta o contratar un plan de internet para sus hijos ahora que, además, deben desayunar en casa?
Allí es donde deberían concentrarse los recursos del gobierno, en los niños y niñas que poco tienen y que no se pueden poner un pasa montañas para salir a protestar y a exigir más presupuesto. De nada sirve tener las mejores universidades públicas, si desde el prescolar algunos aprenden a jugar y empiezan a pensar, mientras otros apenas van a “guardarse” y a evitar morirse de hambre.
En la economía del conocimiento, el desarrollo temprano de capacidades esenciales es de primer orden. La nutrición debería estar ya garantizada por una economía dinámica donde las empresas tuvieran todas las garantías para generar más y mejores puestos de trabajo y las familias producir suficiente para participar en la educación de sus hijas. Sin embargo, le dejamos al estado la obligación de garantizar vivienda digna, nutrición y educación, decretando incrementos al salario mínimo, ese que no percibe la mayoría, generando en los más pobres una dependencia nefasta del estado, que ahora los encerró. La ventaja es que el abismo ya se ve, el problema es que nos quieren obligar a acelerar.