Las alarmas en alerta roja ya deberían estar prendidas sobre el desempleo en Ibagué que nos desbordó el 17 por ciento. El deterioro en los últimos tres años ha sido descomunal. Peor en términos sociales a lo que fue la tragedia de Armero, no por el número de personas fallecidas, si no por la desesperanza que se genera en el tejido social de una ciudad donde miles de personas se levantan cada día sin saber a dónde ir; y peor en términos económicos porque “si no hay empleo, no se genera riqueza…y si no se genera riqueza, no hay consumo… y si no hay consumo, no hay bienestar… y si no hay bienestar no hay desarrollo”, nos decía hace poco el Alcalde de Pereira.
Es decir, estamos viviendo una tragedia. Esta afirmación es fácil de demostrar: “En el trimestre móvil de diciembre de 2015 a febrero de 2016, la tasa de desempleo se situó en 10.2 por ciento en el país…”. Coincide este panorama asfixiante con otra gigantesca carencia. Un estudio de Confecámaras publicado a finales de 2018 y denominado “Nuevos hallazgos de la supervivencia y crecimiento de las empresas en Colombia”, da cuenta que “Los flujos de entrada y salida de empresas indican que entre 2013 y 2017 entraron al mercado un total de 1.075.908 empresas y desaparecieron 1.011.613…”. Es decir, el 94 por ciento de las empresas que se crearon, murieron en el mismo período.
Vamos por partes. De un lado, persiste una situación social en franco deterioro y, de otro, las políticas de emprendimiento estatal y gremial para crear empresas, digámoslo de manera escueta: ¡no sirven para un carajo! Basta adentrarse un poco en ese mundo del emprendimiento para evidenciar que en estos procesos de creación empresarial, los nacientes empresarios se lanzan a un río turbulento sin un chaleco salvavidas, sin una linterna que alumbre su recorrido y sin una institución que los ayude a salir de ese laberinto.
En un caso de extrema necesidad -que no como parte de una estrategia que acompañe, que aconseje y que ayude a esos nuevos quijotes-, el empresario sale a navegar con los pocos recursos que logra reunir, pero sin un objetivo claro, sin una mínima estructura administrativa, sin un conocimiento del mercado que pretende conquistar y sin un producto claramente definido. En estas condiciones el emprendimiento es sinónimo de fracaso seguro.
Lo confirma Confecámaras: “cada año un número considerable de firmas pierde la batalla por mantenerse en el mercado y no logra materializar sus expectativas de crecimiento y consolidación empresarial”. ¿Qué hacer? Proponemos un mensaje de urgencia: Que con el liderazgo de la Gobernación, la Alcaldía y la Cámara de Comercio, se cree un Laboratorio para el Emprendimiento, acompañado de las universidades y con un grupo de empresarios, que identifique oportunidades, empresas en incubación y con alto potencial de crecimiento e iniciativas innovadoras en diversos sectores (con un banco de proyectos), para desencadenar una nueva dinámica productiva generadora de empleo.
Emprender para fracasar no es “el deber ser”. Debemos emprender, para triunfar, para abrir sendas nuevas de progreso y bienestar. Para ello, lo que realmente cambia la historia de una región es la voluntad y la decisión colectiva de querer, de hacer y de construir un mejor mañana.