En medio de indicadores que marcan en el Tolima un retraso crónico, de señales desalentadoras en materia de empleo y de un drama social que recorre a Ibagué y a todos los municipios y veredas de esta geografía, pregunto: ¿Dónde quedó la esperanza de los miles de jóvenes que habitan esta tierra? ¿Dónde quedaron las acciones de fondo -que no solo palabras, palabras, palabras y vanas promesas- para cambiar el actual estado de cosas? ¿Qué ha pasado con los liderazgos, a dónde han ido, dónde se quedaron anclados, quiénes le han cortado las alas al futuro de esta región? ¿Por qué algunos entregan apoyos incondicionales, pudiendo velar por intereses colectivos, a cambio de un pobre plato de lentejas?
No hay respuestas, porque no hay a quién preguntarle. Nadie es responsable, luego todos somos culpables. Además, a pocos les importa estar haciendo preguntas que incomodan, es mejor para muchos estar mimetizados y en silencio, agachados como el buey en el arado, como el camaleón en el árbol, esperando la oportunidad de una ganancia fortuita o de un favor que de pronto le habrán de pagar como recompensa por algo pequeño que haya hecho. Así funcionan las sociedades pobres, atrasadas e ignorantes.
Por eso no es raro que unas regiones vayan más adelante que otras. Y que países como Malaui, una pequeña nación localizada en el sureste de África, viva de la agricultura de subsistencia, con una población mayoritariamente rural, sin educación, sin industrias, sin sociedad civil y menos sin organizaciones capaces de ayudar a cambiar y a construir algo distinto; sus indicadores de pobreza y de atraso son tan marcados que difícilmente le permitirán avizorar un mejor futuro.
Aun en medio de esta postración social colectiva, me impactó la historia de un niño de Malaui, William Kamkwamba, quien hacia el año 2001 y gracias a que sus padres campesinos decidieron enviarlo a la escuela, empezó a entender la realidad en la que vivía. Después de un largo período de inundaciones, su país entró en una sequía que dejó a su paso desolación y muerte. Su padre golpeaba con desesperación el azadón en la tierra reseca. Mientras tanto el niño en la rústica biblioteca aprendió sobre la energía y decidió construir un molino de viento para extraer agua del pozo.
Se enfrentó a la incredulidad de su padre, de sus compañeros y de sus profesores, se enfrentó a una cultura de la resignación que impone que nada puede cambiar hasta que por fin, en medio del hambre, demostró que su sueño era posible. Irrigó de agua la vasta llanura de su aldea y así cambió la historia de su pueblo. Lo hizo un niño. (Netflix: El niño que domó el viento).
Ahora pregunto: ¿Será que no vamos a ser capaces de construir desde esta miseria agobiante un liderazgo creativo, independiente, caracterizado y digno? ¿Será que no vamos a ser capaces de construir la unidad de propósitos y acciones para que florezcan los sectores productivos y empresariales del Tolima con todos los talentos y las potencialidades que tenemos? Aquí estamos y ya empezamos. Hay gente que nos está esperando.