Durante siglos la educación superior se ha cimentado en la lectura “crítica”, la clase magistral, los controles de lectura y algunos ejercicios de investigación, que muchas veces terminaban nutriendo el portafolio de los profesores que los orientan.
Aún se escuchan voces nostálgicas de tantos que añoran el aula presencial, su altar de conocimiento donde exigen a sus alumnos apagar sus celulares y prestar especial atención a lo que el maestro dirá. Algunas instituciones aún piden que se presente el tema de la clase y, aunque depende del modelo educativo, se acompañe de una pregunta que guíe la discusión. El programa a desarrollar incluye los capítulos o páginas de los libros a consultar, artículos y otros recursos que se pueden o deben consultar para llegar preparados a cada sesión.
Todo está muy bien en el papel y estará muy bien en el proyector o en el tablero. Habrá notas en los cuadernos, en los computadores o en las tabletas. En algunos casos se incorporarán herramientas que obligan a tener el celular a la mano para responder algún quiz o encuesta durante la sesión. Sin embargo, la queja de los profesores es recurrente: los alumnos no leen.
Muchos recurren a la coerción secular: control de lectura a la hora en punto de inicio y pocos minutos para responder. Buscan “verificar” que sus estudiantes leyeron alguna cosa y generar lo que consideran un compromiso con el desarrollo de la materia y con su proceso de formación. “Es la única forma de lograr que sean responsables”, me dijo alguna vez un colega. Saliendo de la universidad se quejaba de los policías que ponían multas a los carros mal parqueados, alegando que la coerción no era la salida. Mi respuesta solía ser del tipo “a lo mejor tuvieron clase con usted”.
También es usual encontrar profesores que comparten con sus estudiantes conjuntos interminables de preguntas para “orientarlos” hacia el examen parcial. Se encuentra uno en la biblioteca a varios con sus listas de preguntas compartiendo unas con otras la página donde encontraban la respuesta y procedían a copiarla en un cuaderno ¿Qué será de estos brillantes estudiantes cuando en la empresa les pidan desarrollar un plan innovador y disruptivo, algo que ninguna compañía haya llevado a cabo? ¿Les darán una guía? Si existe tal guía sencillamente no se requiere de profesionales, pues hoy en día se programa una máquina con esos datos y nos resuelve uno y mil problemas en minutos, sin quejarse.
Recuerdo haber entrevistado al hijo de un buen amigo que acababa de llegar de Europa con un pomposo título de maestría. No me pudo responder ninguna pregunta sobe lo que deberíamos hacer para innovar en su área, aunque declamaba lo que había aprendido y hacía énfasis en quiénes habían sido sus profesores.
Pues bien, llegó el momento de asumir un nuevo reto: el aprendizaje experiencial y móvil, soportado en sólidas bases de investigación. Nuestros estudiantes han vivido, sienten, se organizan, tienen rutinas, hábitos, ideales. Llegó el momento de validar su entorno y que en su proceso de aprendizaje lo vivan y lo exploten al máximo. Los ejercicios de estadística hay que llevarlos a su día a día. Tablas de frecuencias sobre el tiempo que tardan en llegar a sus lugares de trabajo, como punto de partida para entender la estadística descriptiva y posteriormente transitar hacia lo inferencial, sin lo cual en últimas no hay ciencia. Programación básica para que una aplicación les indique cuánto tiempo deben dedicar a cada actividad o tarea para poder cumplir con todo a cabalidad. Ejercicios de crítica para pensar el mundo e imaginarlo de otra manera, mientras enfrentan el “picadito” con sus amigos del barrio.
Recordaba Estanislao Zuleta que aprender filosofía no es lo mismo que filosofar, que pensar lógica y críticamente no es lo mismo que repetir lo que otros han dicho. En su crítica a las Ciencias Sociales y al método, alegaba que con tanto marco teórico era mejor montar una marquetería porque el cuadro ya no importaba.
Las nuevas tecnologías permiten que los estudiantes aprendan en todo lugar y en todo momento. El gran reto es lograr que quieran hacerlo, que quieran llevar la universidad consigo donde quiera que estén y que logren aplicar todo aquello que aprenden. Un alumno que escucha apartados clave de sus clases en el transporte público en vez de nutrirse con las grandes composiciones de tipo “Y tu estás bien dura, y no me puedo contener, no me puedo contener”; a lo mejor asume la vida de otra manera y reserva esas bellas melodías para una fiesta el fin de semana.
Llegó el momento de llevar la educación a un nuevo escenario, en especial la educación superior. Tenemos todo para transformar la vida de nuestros estudiantes con programas de calidad que realmente acompañen su proceso de aprendizaje y de formación. La tecnología educativa es un catalizador, nunca una amenaza. Ojalá llegue el día en que los estudiantes vayan a clase porque quieren y no porque llamarán a lista. Ojalá llegue el día en que tengan una plataforma tan robusta e interactiva, que se enganchen dándole me gusta a artículos, clases, reflexiones y resultados de investigación.