Es muy triste ver cómo poco a poco los ‘influencers light’ reciben millones de ‘me gusta’, los bares se atestan de gente y algunas universidades prometen títulos como si fueran litografías y no instituciones de educación superior. Mientras tanto, las librerías cierran sin transitar a lo digital y se recortan presupuestos para las bibliotecas, alegando que el patrón Google y mamá Wikipedia son suficientes.
Ayer tuve ocasión de encontrar un libro del que no sabía nada: ‘Memorial de los libros naufragados’. Allí, su autor, Edward Wilson-Lee, hace un recorrido por los libros y la biblioteca de Hernando Colón, hijo del famoso almirante que durante mucho tiempo se consideró el descubridor del ‘nuevo mundo’.
Como su padre, Hernando, recorrió el continente europeo y la América central, pero logró consolidar una increíble biblioteca cuya escala “tuvo que haber sido impresionante, pues era con diferencia la biblioteca privada más grande de la época”.
Además, anotaba en cada ejemplar, en cada documento, la fecha de su adquisición y si lo había comprado, encontrado o si era un obsequio. Procedía a catalogarlo de una manera que ni Google hoy podría articular.
Wilson-Lee hace todo un recorrido por la vida de Hernando, a partir de sus libros y documentos, encontrando similitudes muy interesantes con el mundo en el que vivimos hoy. Los historiadores recordaremos, sin duda, a Braudel y su larga duración.
Ahora bien, esta columna no es un espacio para reseñar libros, aunque no niego que en algún momento lo haré. Es un espacio para aportar alguna opinión sobre el acontecer regional y por lo tanto una invitación a pensar, eso que tantos hoy esquivan porque genera angustia.
Precisamente por ello alegaré que no estamos asumiendo la relevancia que tiene el fin de las librerías, la crisis de la biblioteca y el espejismo de la lectura digital ¿Aún no se sorprenden al leer los correos electrónicos que reciben de algunas personas con título universitario? ¿Por qué nos negamos a asumir la crisis de la universidad, de la que hoy se gradúan profesionales que no entienden lo que leen y que confunden cuando escriben? Ahí están los resultados, no es una alarma infundada, es un hecho.
Hernando Colón dejaba su fortuna para sostener su magnífica biblioteca y ofrecía indicaciones para su organización y funcionamiento. Si hay algo verdaderamente revolucionario es la escritura y el libro. No hablo del libro impreso en papel y archivado en un anaquel. Hablo del libro como producto de un ejercicio del pensar, eso que nos hace seres humanos.
Hoy se habla de la economía naranja, de la innovación, del emprendimiento; pero se olvida, como lo recordara en su momento Martha Nusbaum, que el origen de la creatividad está en las humanidades. Nuestras primeras creaciones fueron los cuentos que escribimos en la escuela, unos en computador, otros en papel y aún muchos en cualquier cosa que encontraran para registrar sus pensamientos.
¿Cuántas librerías, cafebrerías, centros culturales o teatros se promueven hoy en los nuevos centros comerciales de Ibagué?
No se trata de pedir a papá estado, como se acostumbraron a hacer tantos gestores culturales, se trata de asumir la relevancia de la lectura, del pensamiento, como punto de partida para la innovación y el emprendimiento.
Una sociedad que pierde sus bibliotecas, que no promueve con decisión la cultura y olvida su lugar en el imaginario colectivo; es una sociedad que cae presa de los nuevos “compositores” que ofrecen letras llenas de historia y folklore como “yo perreo sola” o “menea tu chapa”.
Yo trato de leer todo lo que puedo. Reconozco que muchas veces compro libros sin tener claro en qué momento podré sentarme a leerlos con la atención que merecen, pero un colega alguna vez me dijo que “la vida es un proyecto de lectura que no puede tener final”. Cuánta razón tenía, cuánta falta hace la promoción activa de la lectura.
Hoy hay cientos de aplicaciones para poder leer mucho más. Yo, por ejemplo, desde hace varios meses tengo la posibilidad de acceder a los mejores resúmenes de miles de libros, artículos, videos y conferencias en la plataforma ‘GetAbstract’.
Cuando voy hacia mi oficina puedo escuchar las ideas centrales de las últimas publicaciones en los temas que me interesan y pido los libros que me llaman la atención, muchos en formato digital.
Ojalá los colegios, las universidades y las empresas ofrecieran estas herramientas a sus estudiantes, a sus colaboradores. Serían mejores, lograrían mayor productividad y se conectarían con el mundo. Sin lectura no hay pensamiento y sin pensar no hay innovación.
Tengo la fortuna de vivir en la Ciudad de México donde hay librerías en cada cuadra y disfruto la última colección del Fondo de Cultura Económica que publica clásicos a 20 pesos (más o menos $3.700 colombianos), de poder comprar con facilidad la famosa colección “Sepan cuantos…” de la editorial Porrúa, pero también tengo en mi Kindle importantes trabajos que ya no se consiguen, o nunca salieron, impresos. Sueño con que Ibagué se convierte en la ciudad lectora y universitaria de Colombia y estoy tomando atenta nota sobre el papel de las universidades públicas y privadas en ese camino. Tenemos que lograrlo.