Muchos quieren que las aulas sean un campo de batalla, olvidando que es justo allí donde debe haber plena libertad para expresarse, pero con suficiente rigor para anteponer los argumentos a la mera opinión.
En mis clases suelo sugerir la lectura de aquellas palabras que pronunció Estanislao Zuleta al recibir su doctorado Honoris Causa en la Universidad del Valle: “Elogio de la dificultad”. Allí, Zuleta recuerda
“con cuanta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica (…) En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura”.
Colombia sigue dividida entre quienes ven en Álvaro Uribe Vélez la encarnación de una propuesta de seguridad democrática que le permitió a Colombia superar una de las peores crisis sociales, económicas y políticas de su historia; y quienes lo ven como el gran obstáculo para la consolidación de un modelo diferente, donde el estado intervenga mucho más e impere la lógica redistributiva, alegando que la Constitución Política consagra el estado social de Derecho.
Los unos reconocen en Uribe su importante obra de gobierno y los datos irrefutables que la acompañan en términos de crecimiento económico, deuda externa, reducción de la pobreza y demás. Los otros desconocen todo esto y se concentran en el asunto del paramilitarismo en Colombia y los vínculos que algunos testigos, condenados varios por falso testimonio, afirman tuvo Uribe con estos grupos, a cuyos jefes extraditó después de un proceso de desmovilización, al constatar que seguían vinculados con el narcotráfico, entre otras cosas.
Los unos se niegan a creer que Uribe es un social demócrata convencido, que promueve incrementos en el salario mínimo, primas adicionales para los trabajadores, impuestos al patrimonio, entre otros asuntos que evidentemente lo alejan de la “derecha”. Los otros cierran los ojos ante acciones puntuales que le han permitido a la izquierda competir electoralmente en mejores condiciones, con suficientes recursos y esquemas de protección, que antes de Uribe eran sencillamente inexistentes.
Lo más grave del asunto es que en 2016 el pueblo colombiano fue llamado a participar en un plebiscito, algo que no ocurría desde 1957, cuando se aprobó el Frente Nacional, y allí rechazó el acuerdo de paz del gobierno Santos con la guerrilla de las FARC. Pues bien, fue Uribe quien asumió el liderazgo en ese momento y le ofreció un salvavidas a quienes habían perdido en las urnas, buscando evitar la hecatombe que algunos anunciaban. Fue también Uribe el que ofreció su respaldo al actual gobierno para incrementar el presupuesto de las universidades públicas y lograr así un acuerdo con los estudiantes que se movilizaban en las calles. Lo mismo hizo con el incremento más alto del salario mínimo en los últimos 25 años, apoyando sin ambages al Presidente de la República, su copartidario.
Todo esto esta allí, documentado, en alocuciones, ruedas de prensa, entrevistas; en todo tipo de fuentes para que los historiadores revisen, cuestionen, comparen, lean y vuelvan a leer. Sin embargo, nada de eso importa cuando las aulas son un campo de batalla. Uribe fue un Presidente de Derecha y punto. Así quedará en el tablero.
De las 1554 páginas de una providencia de la corte solo importa que le imponen medida de aseguramiento. “La corte ordena detener a Uribe en 2020” copiarán en sus cuadernos niños incautos en alguna escuela. Que la corte haya interceptado su teléfono por error y sostenga que al ser el máximo tribunal no requería orden previa, no importa. Que se consignen conversaciones entre periodistas y sus fuentes, tampoco. Ahí el estado de Derecho y los derechos fundamentales que consagra toda Constitución en su parte dogmática pueden dejarse a un lado.
Lo triste del asunto es que los políticos, no la política, se tomaron las aulas y la “ideología” se impuso a la evidencia, a los datos y a la ciencia. Se asume que la escuela, el colegio y la universidad juegan un papel en la transformación social, no porque promuevan la cultura, la innovación la creatividad, la investigación, sino porque avanzan hacia la “revolución” o hacia la “restauración moral”.
Yo solo espero que a mis nietos no se les diga que en los 90s un ejército popular defendía a la ciudadanía de un estado opresor, o que un grupo armado de empresarios salvó a Colombia de caer en las manos de la guerrilla.