Ya es hora de superar la enseñanza tradicional y transitar hacia un nuevo escenario donde los estudiantes quieran aprender y vean en sus profesores ejemplos a seguir.
¿Cuántos de ustedes, como yo, tuvieron que enfrentarse al famoso “dictado” en la escuela o en el colegio? El tema era más o menos así: la maestra leía un texto y nosotros debíamos escribir en nuestro cuaderno lo que escuchábamos. Había trucos, como tratar de contar los segundos entre palabras y definir si procedía una coma, un punto y coma, un punto seguido o aparte. Era tal la atención a lo que debíamos anotar que al final nos quedábamos con el marco y perdíamos el contenido.
Lo mismo ocurría cuando nos pedían leer en voz alta a toda la clase. Recuerdo que era experto en el asunto y aprovechaba el tono de voz, que hasta hoy hace que algunos sientan que les estoy gritando. Leía a buen ritmo, procuraba entonar lo mejor posible y miraba alrededor para asegurarme que todos estuvieran atentos. Al final, si la profesora me preguntaba por el texto, no tenía la más mínima idea de lo que había leído.
Pues bien, en la universidad muchos profesores siguen alegando que van a “dictar” sus clases, como si fuera un “dictado” recargado. De hecho, aún hay emprendedores que venden las notas de clase antes de un examen, pues de ahí saldrán seguramente las preguntas y respuestas. Uno de los problemas es que los docentes terminan compartiendo su experiencia y alejando a los estudiantes de la teoría y los conceptos fundamentales.
En una de mis clases de Historia de Colombia anoté en el tablero que la independencia se había logrado en 1832 y a partir de allí expuse una tesis, controvertible como todas, con relación a la carta política granadina de ese año como punto de referencia para analizar la independencia de lo que hoy es Colombia. Ninguno de mis argumentos quedó en el tablero y me dediqué a recorrer el aula, compartiendo ejemplos y notas puntuales que estaban en el conjunto de lecturas asignadas, contestando las preguntas de la minoría. Al final pedí ver algunas notas de la clase y en el papel había quedado saldado el asunto con un simple “independencia de Colombia 1832”. De alguna manera el pizarrón es ley y lo demás es solo charla de café. Cambiar eso siempre será un reto.
Alguna vez una estudiante me buscó muy inquieta para que le explicara una lectura sobre el contrato social. Le pregunté qué quisiera que comentáramos y me respondió con un seco: “todo”. Pocos minutos después entendí que no había leído una sola palabra y quería que compartiera con ella una síntesis del texto para ahorrarse tener que leerlo y pensarlo. Di por terminada la sesión y enfrenté la ira de su directora de programa, quién alegó ante su decano: “Santiago no hace su trabajo y solo pide que los estudiantes lean”.
Reconozco que siempre he sufrido con los programas de clase y la planeación didáctica. Siento que el aula debe ser un espacio para ir más allá, para compartir argumentos, interpretaciones, preguntas. Afortunadamente hoy tenemos plataformas que incluyen ejercicios de aprendizaje y de evaluación, que permiten tener un estándar y medir el proceso de cada alumno. Liberan tiempo para que los profesores nos dediquemos a lo realmente importante: a motivar, a preguntar, a llevar la sesión a donde el grupo la quiera llevar y a tratar de orientar más preguntas que respuestas. Incluso hoy podemos programar cuestionarios como paso previo a la sesión, con el fin de garantizar que quienes asistan tengan claros los argumentos y conceptos básicos, y el profesor un panorama sobre dónde hay vacíos.
La asistencia obligatoria, el llamado a lista, el “estricto desarrollo del plan temático” de la materia, el control de lectura a la hora en punto de inicio, entre otras “estrategias” son muestra de una sociedad que confunde coerción con poder y enseñanza con aprendizaje. Si queremos formar una ciudadanía libre, respetuosa, autónoma; tenemos que aprovechar la tecnología para liberar tiempo al pensamiento, al diálogo, a compartir experiencias. Es la única forma de garantizar que las clases sean realmente un aporte, que los estudiantes quieran ir porque les encuentran sentido y vean en sus profesores ejemplos a seguir.
Mantener esquemas tradicionales de enseñanza en los que se fusionan el dictado con el dictar, tendrán como resultado la figura del profesor “dictador”, primer paso para la consolidación de un régimen donde la libertad se rechaza y la tradición nunca se cuestiona. La democracia requiere una ciudadanía culta, crítica, sabia, que no repita lo que le dicen, sino que comparta argumentos e ideas. Quien lee para responder un control y obtener una nota, olvida pronto aquello que leyó y se aleja de la riqueza que viene con la lectura pensada, la lectura como forma de vida.
Pensar libremente y querer aprender es el primer paso para el emprendimiento y para ser agentes de cambio. Lo contrario nos lleva al sometimiento y a ser pacientes de un estado cada vez más autoritario.