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Un grito de empatía por los hombres

 

No tengo en mi vida motivación mayor que la de mis dos hijos. Ellos son quienes me impulsan de modo permanente a pensarlo todo de manera diferente, a verlo todo con otros ojos. Cada vez que advierto alguna circunstancia difícil, o me veo en algún caso impulsada a tomar posición en favor o en contra de algo, formulo siempre la misma pregunta: ¿Y si fueran mis hijos los que estuvieran en esta o aquella situación? Esto al final me lleva a la profunda empatía que considero merecemos todos, en una sociedad que ha olvidado ponerse en el lugar del otro. 

Tres casos han llegado en este último tiempo a ocupar un espacio especial de reflexión en mi agenda.  Yo que me he tomado a pecho la tarea de hablar de empoderamiento femenino, de restablecer lo que a las mujeres se les ha negado por mucho tiempo, he tenido que concluir que los discursos de postura radicalizada y que ponen a hombres y mujeres no como iguales sino como extraños y lejanos, no es sano. Al final todos somos seres humanos igual de perdidos buscando lo mismo.

Hace unos meses, la mamá de un joven me contaba con tristeza e impotencia como la exnovia de su hijo, en una noche de copas, había llegado a su casa y de la nada, había irrumpido en su sala mientras ella y sus hijos disfrutaban de un juego familiar de mesa, sin mediar más que un par de insultos, había tomado un tacón de los que llevaba puestos y le había pegado un ‘taconazo’ en la cara a su hijo, el accesorio quedó casi clavado cerca de un ojo, por fortuna su ojo se salvó, pero el resultado ha sido una cicatriz de 9 puntos en el rostro. 

A los pocos días, una amiga me hacía un relato digno de una película taquillera, en el que otro joven, de no más de 20 años, le confesaba como su exnovia le hostigaba, ya contaba en su lista tres mudanzas, pero ella siempre lo encontraba; al final, en una discusión, ella le cortó parte de la mano, perdió movilidad y quedó con una mutilación que le acompañará por siempre. 

Estos relatos, por supuesto, me sacudían, siempre me hacía la misma pregunta: ¿Y si fueran mis hijos? Estos dos escenarios ponían en evidencia para mí que la violencia de género es un asunto para tomar en serio desde una óptica humana y de respeto por el otro. 

Y recordé otro caso que tuve de cerca en mi ejercicio profesional. Una vez llegó un hombre muy joven a una audiencia de conciliación de alimentos, él reclamaba que la mamá del niño se había desatendido de este desde que nació y que él se había hecho cargo de todo, me hablaba del infinito amor que sentía por su pequeño, pero que consideraba justo que la mamá también aportara algo y que por eso había solicitado la audiencia.  

Cuando llegó la mamá del bebe, esta se mostró altiva, debo confesar además que era una mujer preciosa, parecía una reina de belleza. Al instalar la audiencia, ella dijo que no iba a aportar nada, que apenas había conseguido empleo, él se mostró comprensivo y le dijo que por lo menos viera al niño, que ya tenía cerca de 11 meses de edad, ella se sintió atacada, se paró de modo repentino de la mesa y sin ninguna actitud empática le dijo: “devuélveme el niño y no pidas cuota, porque ese niño no es tuyo, pero como por ahora tiene tu apellido deberás darle todo”.

El hombre pasó por todos los colores, hasta que la palidez lo dejó sin fuerzas en la silla, no se necesitaron golpes ni palabras para verlo aniquilado plenamente. Luego de esto, la mujer se lanzó en malas palabras al punto que tuvo que intervenir el personal de seguridad del lugar. 

Estos tres hombres tuvieron dos cosas en común; la primera es que los tres fueron lesionados, contra los tres se ejerció violencia de modos muy distintos con una mujer como victimaria; y segundo, todos sufrieron revictimización posterior, los comentarios que acompañaban cada escena eran para ridiculizarlos, esto hizo que se sintieran avergonzados y estigmatizados. 

Buena parte de los hombres que sufren alguno de estos tipos de violencia no buscan ayuda ni reportan los abusos al sistema judicial, perpetuando su sufrimiento en silencio. Cada vez que hay burla sobre los hombres que sufren violencia de género, se minimiza y se invisibiliza la realidad de sus casos, reforzando la idea de que los hombres no pueden ser víctimas, dificultando que se reconozcan y aborden sus necesidades de apoyo, atención y protección.

Por eso, la invitación una vez más es que sobre la violencia, sea de donde sea que esta provenga, siempre hay que verla con otros ojos y en los mismos zapatos de las víctimas. A esos hombres toda nuestra empatía y admiración por no devolver las mismas palabras ni los golpes. 

 

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