Cada 23 de abril se celebra el Día del Libro, esta fecha se ha considerado especial para recordar la memoria de dos grandes escritores: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Así que, desde 1995, la UNESCO aprobó celebrar el día para fomentar la cultura literaria, la igualdad de acceso al conocimiento y proteger, a su vez, la propiedad intelectual de los escritores.
Durante el mes de abril desde los más pequeños hasta los más adultos de casa compran un libro, después de la compra el ideal sería que lo leyeran, en ocasiones esto sucede y en buena parte no, yo misma he caído en ese círculo.
Este año decidí comprar el libro “La Rebelión en la Granja”, un clásico de George Orwell. La historia se desarrolla en una granja donde los animales, cansados de los abusos y la opresión de los humanos, se rebelan y toman el control de esta. Sin embargo, a medida que la historia avanza, los cerdos, liderados por uno que se llama “Napoleón”, comienzan a asumir el control y a adoptar prácticas cada vez más autoritarias, traicionando los principios originales que inspiraron su revolución.
A medida que la granja se convierte en un estado totalitario bajo el dominio de “Napoleón” y los cerdos, los animales sufren injusticias y opresión similar a la que experimentaban bajo el régimen humano. De manera que, esta novela, critica la corrupción del poder y la manipulación de la verdad en cualquier forma de gobierno autoritario.
Mientras la leía, no podía evitar pensar en los diversos modos en que en nuestra propia granja (sea el país o la ciudad) se presentan situaciones en la que los líderes cerdos, aprovechan su privilegiada posición para obtener beneficios particulares. La corrupción campea todas las instituciones, y todo tipo de personas, no respeta edades, títulos o trayectorias, en su marco se emplean cada vez de mejor manera, instrumentos sofisticados para que no se note el enmermelamiento, porque desde la presidencia del nobel, el nuevo periodo de la corrupción en Colombia es dulce.
Antes eran carruseles de contratación, ahora es la mermelada política, este término se utiliza para referenciar el acto de corrupción entre varios políticos que dividen una cantidad de dinero entregada para comprar sus conciencias, decisiones o votos para favorecerse a ellos mismos; sin embargo, lo que no saben es que al final lo empalagoso y pegachento se les nota por encima.
El enmermelado tiene como “Napoleón” el cerdo, características que le identifican: son hábiles con la palabra, carismáticos, creen que enseñan a otros, no producen alimentos por su propio trabajo, pero dicen que son los “trabajadores intelectuales”, se salen con la suya siempre, modifican sus opiniones y posturas reescribiendo sus principios continuamente para beneficiarse a sí mismos y a los que se parecen a ellos, aluden al bien común en los discursos para buscar más y más poder para crear su propio régimen, son codiciosos, hacen muchas actividades secretas, engañan de modo intencional y manipulan a la población y, una vez lo consiguen todo, empiezan a aislarse cada vez más y hacen pocas apariciones públicas. No hay necesidad de decir quiénes son porque todos sabemos quiénes son y como son, pero ojalá alguien les diga que se les nota, que lo sabemos, que se les ve mal.
En Ibagué, una ciudad con alto índice de desempleo, es comidilla por las calles, que los ciudadanos hablen sobre los beneficiarios de la contratación pública, y de cuáles las maniobras que se emplean para que exista coincidencia entre estos y algún poderoso, ya que, por regla general, todo queda en familia.
Por ejemplo, puede pasar que entre entidades públicas se contraten esposos o esposas de quienes las dirigen a cambio de hijos o hijas de otro líder de una entidad de nivel parecido, mejor dicho: “mi esposo/a, por tu hijo/a” o “hijos por sobrinos”, etc.
A esto, súmele la adjudicación de contratos con direccionamiento específico para beneficiar familiares de los parientes extensos de algún líder local, o peor aún, tener que ver como desaparecen expedientes sobre cuotas alimentarias para que la parentela no dañe el buen nombre de un líder importante.
“Las corbatas” son una fuga de capital y de talento local. A muchos se les paga sin ir a trabajar, mientras otros buscan con desespero regalar varios días de trabajo para que, por lo menos, los tengan en cuenta al momento de una lagaña de contratación.
Por otro lado, se viene descubriendo que la renta ciudadana, hecha para personas de escasos recursos, la cobran los estables, esto sin contar todo el tema de obra pública, donde se anticipa con dinero real puentes imaginarios que no se construyen.
Al final, tal y como sucede con los mandamientos dados en la granja, estos empiezan a ser modificados, si la regla general era: “ningún cerdo será corrupto”, hoy la regla se convierte en “ningún cerdo será corrupto en exceso” y así todos los antiguos mandamientos de la granja desaparecen tal como en el libro, para quedar una sola ley: «Todos los animales son iguales, pero unos más iguales que otros».
El resto de animales, miraremos por la ventana, y seremos incapaces de distinguir a los cerdos de los humanos.