“Estoy cansada de ver y escuchar lo que les pasa a las mujeres”, eso le dije a un amigo con el que iniciaba lo que yo creía una cálida conversación. Él, que ha sido siempre muy comprensivo, me miró con cara sonriente y me dijo: ¿Otra vez la misma canción? Yo no supe si reír con él o ponerme brava, dos cosas que se me dan muy bien.
El caso es que, así como le pasa a él cuando escucha por muchas veces historias parecidas, generalmente feas, opresivas o violentas contra mujeres, las estrofas se le vuelven parte del paisaje y pasan dos cosas: se aburre de escuchar lo mismo o deja de creer que sea cierto.
El fenómeno de las violencias contra la mujer tiene por característica el machaque, cuando escuchas por diferentes medios que una mujer fue asesinada, lesionada, abusada, despojada, que “fue algo”, no solo se queda en el pasado, sino que además a fuerza de escucharlo, terminas por normalizarlo.
Realmente no hay nada extraordinario en el asunto, es cierto que lo violento es cotidiano y por lo mismo no conmueve, no nos moviliza y ya no nos sensibiliza, como se dice en el argot popular: “ya perdimos la capacidad de asombro”. Efectivamente como sociedad ya lo perdimos todo.
Lo único bueno de este proceso es que al final se devela que existe un problema estructural y que la violencia que afecta a las mujeres no es algo accidental, fortuito, o el resultado de un mal momento de los hombres.
La violencia es un acto calculado y planificado, con el propósito de mantener el control sobre las víctimas, con la intención de ejercer poder y dominación, de suerte que no guarda siempre relación con solo un mal momento del victimario.
Hay que responsabilizar a los agresores, porque el término “ella fue asesinada” debe dar el giro a “él la asesinó”, así se resalta que la violencia no es solo algo que le sucede a una víctima de modo pasivo, sino que fue un acto deliberado, intencional y cometido por una persona específica.
En estos escenarios siempre hay que buscar justicia, porque lo único que queda para el agresor es darle lo que no fue capaz de dar, mientras que para muchas víctimas desafortunadamente solo queda la muerte, y para las que sobreviven, queda solo la esperanza de que no se quedarán siendo víctimas permanentes, porque las mujeres siempre tenemos la capacidad de sanar, pero para hacerlo, debemos tener apoyo.
Mi amigo, a quien no le seguí contando los nuevos casos de mujeres violentadas, luego del par de argumentos como los explicados, terminó diciéndome: “ahora sí cuéntame qué casos tienes, pero además ¿qué opinas de la canción +57?” las risas no se hicieron esperar, fue el modo en que comprobé que él estaba comprendiendo todo, porque las violencias también se originan desde el lenguaje, y +57 es una canción violenta hacia las mujeres, él no necesita ya que se lo explique porque él lo sabe.
La escucha activa de mi amigo esa tarde significó mucho para mí y mucho para todas. Cada vez que un escéptico o frío entiende porque es tan importante trabajar en contra de las violencias a las mujeres, el mundo gana mucho.