Nunca antes en la historia reciente nuestra salud había dependido tanto del otro como ocurre actualmente debido a la pandemia de la COVID-19.
Los casos siguen aumentando en el país, como corresponde a la historia natural de la enfermedad y, en los casos más severos, hay muertes. Es una realidad que el virus llegó para quedarse y nosotros como ciudadanos debemos seguir teniendo responsabilidad individual y colectiva para lograr, al menos, desacelerar su avasallante propagación.
La solución definitiva como la vacuna aparece al final del túnel brindándonos una luz de esperanza y con la aparente certeza que una vez aplicada seremos inmunes a este nefasto enemigo que, desde hace ocho meses en este fatídico y nada entrañable año 2020, tiene al mundo contra las cuerdas.
Sin embargo, mientras avanza la investigación y la carrera por la obtención de la cura, que según los cálculos de los expertos se estima que aparezca a final de este año o a más tardar en el primer semestre de 2021, a nosotros nos corresponde seguir cumpliendo a cabalidad las tres medidas fundamentales para evitar y disminuir nuestro riesgo de infección que son: distanciamiento social, lavado frecuente de manos y el uso correcto y permanente del tapabocas.
Mientras cumplimos lo anterior, el país tiene que abrir nuevamente su economía. Era algo completamente inevitable y debemos recuperarla, puesto que el golpe fue tan feroz y estremecedor que para ella no hay UCIs ni respirador que la pueda sacar adelante en el corto plazo.
A partir de septiembre abrirán restaurantes, vuelos comerciales, transporte intermunicipal, algunos empleados públicos deberán asistir nuevamente a sus oficinas, aumentará la capacidad de ocupación del transporte público y se debate aún el regreso o no de los estudiantes a los colegios. Lo anterior con el objetivo de reactivar el turismo y recuperar de manera gradual la productividad y normalidad de antaño.
El Gobierno Nacional lo llama ahora “aislamiento selectivo” y les pasa a los ciudadanos la antorcha para que ahora, de manera libre y responsable, actuemos de manera independiente frente a esta dura situación. Ya no habrá normas ni medidas tan restrictivas como las de hace dos meses.
No obstante, en Colombia, por la idiosincrasia que nos caracteriza, somos dados al abrazo, al beso, a aglomerarnos, es nuestro ADN. Debemos evitar lo anterior, mantenernos a distancia del otro, reconocerlo como un posible agente infeccioso, usar los elementos de bioseguridad pertinentes y tener cultura ciudadana, la misma que puso en marcha como política pública el exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, con excelentes resultados. Es la única opción que nos queda. No tenemos de otra. O nos portamos bien, y seguimos las normas, o vendrán rebrotes más adelante y nuestros muertos aumentarán de manera tan escandalosa que tal vez no tengamos ni siquiera dónde enterrarlos. Cada vez el virus está más cerca de nosotros, ha afectado a nuestras familias, amigos y colegas.
Por lo anterior quiero finalizar esta columna con esta frase del escritor portugués José Saramago, en su magnífico libro Ensayo sobre la ceguera: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Así que aún estamos a tiempo. Yo dependo de usted.