En los casos de Iván Duque y Germán Vargas Lleras no se sabe qué es peor: si son unos convencidos de las medidas y de las formas de gobernar de quienes los tienen de candidatos a la Presidencia –Uribe y Santos– o si no lo son, si lo que hicieron fue acomodarse a concepciones y actos que no compartían, para poder escalar en su beneficio personal en el poder del país. Si Colombia está tan mal, es porque siempre ha tenido éxito el truco de los candidatos que se presentan como el cambio, pero en realidad llegan a hacer lo mismo que los presidentes que no modificaron lo que debía cambiarse y que con frecuencia empeoraron lo que había. Para el país, digo. Porque a algunos les va de maravilla.
La presidencia de Sergio Fajardo es la que más les conviene a los intereses nacionales en razón de su trayectoria política y de su programa de gobierno, todo realizable en los cuatro años de su administración porque no engatusa colombianos pintándoles pajaritos de oro.
Porque Fajardo no ha hecho su carrera política al amparo de las prácticas corruptas y clientelistas de los mismos con las mismas, a quienes, a mano limpia, venció en las elecciones que lo llevaron a ser alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, gobiernos que dirigió sin apelar ni a la mermelada ni a otras corruptelas, a pesar de que la casi totalidad de los miembros del Concejo y la Asamblea pertenecían a las fuerzas políticas derrotadas.
Su propuesta anticorrupción ya está en ejecución con la consigna de “ni un peso por un voto; el que paga para llegar llega a robar”, consigna que enfatiza la idea de que la corrupción colombiana no es principalmente un problema de la falta de normas sino de las malas prácticas de los gobernantes. ¿O será que no sabían que era ilegal la financiación extranjera y que Odebrecht no los respaldaba sino que los sobornaba? ¿El Fiscal anticorrupción corrupto y los del cartel de las togas ignoraban que estaban violando la ley? Y tampoco es cierto que presidentes y ministros hayan sido las inocentes víctimas de los políticos torcidos de las regiones, en realidad sus subalternos.
La educación es la propuesta principalísima de Fajardo. Su gobierno será el que más invertirá en educación, en todos sus niveles, en la historia del país, irá a este sector cada peso que se les quite a los corruptos y habrá un considerable aumento de la inversión en Investigación y Desarrollo. Terminarán los días del maltrato y minusvaloración a las maestras y maestros, pues no puede haber sistema educativo de alto nivel que no parta de la base del mayor respeto y respaldo a los docentes. Y en su gobierno se cumplirán los acuerdos del proceso de paz.
En el gobierno de Fajardo se crearán 1,5 millones de empleos formales, a partir de respaldar la producción industrial y agropecuaria de todos los tamaños, producción que ha sido atacada desde 1990 y de cuyo éxito también depende reducir la desigualdad social, entre las peores del mundo. En su gobierno se revisarán los TLC, que tanto daño le han hecho a Colombia.
De acuerdo con Manuel Rodríguez, el programa ambiental de Fajardo es el mejor de todos los candidatos. Porque enfrenta las causas de esta crisis y defiende la idea de que el cuidado del ambiente y el derecho de las comunidades a decidir al respecto no son obstáculos al progreso, sino el correcto sustento de la transformación y respeto de la naturaleza en beneficio del país.
Fajardo, de otra parte, es el candidato que menos resistencias genera entre los colombianos, lo que lo pone en condición de poder vencer a cualquiera en la segunda vuelta, que es de lo que se trata. Entre las varias informaciones que coinciden en esto, cito a Yanhaas sobre por quién nunca votaría: Fajardo, el bajísimo 2 por ciento; Petro, el muy alto 42 por ciento y Duque, el mediocre 26 por ciento. Fajardo es, entonces, quien sí puede evitar la pesadilla de reelegir a Uribe.
Así se entiende por qué la candidatura de Fajardo ha venido remontando con tanta fuerza –porque gana indecisos y lleva a que otros cambian sus votos–, según lo muestran las cifras y, sobre todo, el respeto, el cariño y el respaldo que se siente en las calles entre las gentes de todos los orígenes sociales y políticos, hechos que lo deben pasar a la segunda vuelta, cuando ganará la Presidencia e iniciará el cambio democrático que necesita Colombia. Se quedará en ficción el decir de los voceros de Duque y de Petro de que el domingo todo se limita a escoger entre ellos.