A días del plebiscito del 2 de octubre, esta columna busca contribuir con el debate ilustrado para que la decisión de cada uno de los ciudadanos sea la más objetiva, aunque sé que no es fácil porque los dramas de medio siglo pueden complicar, aunque no hacer imposible, pensar con cabeza fría.
Tras analizar las críticas a los acuerdos de La Habana –incluidas las que he expresado–, no me da que todas ellas sumadas pesen más que la inmensa ganancia que significa el inmediato fin de una violencia que nada bueno nos produjo a los colombianos. Si no fuera cierto, parecería mentira que cuando está por cumplirse el sueño de toda la vida de acabar con este conflicto armado, se nos pida que no lo terminemos inmediatamente porque dicen tener una idea “mejor”, idea que no pueden demostrar como realizable ni para cuándo, pero que con certeza sí crea un riesgo enorme de volver a tiempos ya superados.
Lo que se votará no es si nos gusta el gobierno de Juan Manuel Santos, porque si así fuera este senador y los polistas seríamos los líderes del No. La verdadera pregunta es si queremos desarmar, inmediatamente, a las Farc, que están a semanas de entregarle sus armas a la ONU para destruirlas. Se equivocan quienes proponen castigar a Santos con el triunfo del No, pues en realidad se castigarían a sí mismos y a los demás colombianos, que de lejos seremos los principales ganadores con el fin de este conflicto.
También debe saberse que Santos presentará una reforma tributaria regresiva gane el Sí o gane el No, porque a eso se sometió ante la OCDE, que los acuerdos no modifican negativamente los derechos de los pensionados a favor de las Farc y que en ellos el gobierno se reservó el derecho a fumigar desde aviones los cultivos ilícitos.
Que las Farc se tomaron el poder, dicen. Y pueden decirlo, pero no probarlo. Porque, primero, si son ellas las que abandonan sus prácticas originales, en tanto en el acuerdo reconocen al Estado con su Constitución, leyes e instituciones y su monopolio sobre las armas, ¿cómo creer que fueron las Farc las que quedaron al mando? Segundo, aunque no es el caso del Polo, puede estarse en desacuerdo con darles representación en el Congreso. Pero lo que no se puede demostrar es que se aprobarán las leyes que se les antojen, en razón de que nadie con menos del cuatro por ciento de las curules tiene poder suficiente para decidir en el Congreso.
Asimismo afirman –aunque tampoco lo demuestran– que se acabará o reducirá a poco la propiedad privada sobre la tierra rural. Porque hoy existen, con respaldo constitucional, cada una de las fuentes del fondo de tierras y porque la expropiación por interés público con indemnización aparece en la Constitución desde antes de este acuerdo. Es más, según lo pactado en La Habana, “la Reforma Rural Integral –que no la Reforma Agraria– se adelantará en un contexto de globalización y de políticas de inserción en ella por parte del Estado…”.
Que en el acuerdo aparece un cuerpo para, señalan, perseguir a los partidarios del No. Pero si se leen los apartes 3.4.4 y 3.4.5 queda claro que es “un cuerpo élite en la Policía Nacional”, como parte de una Unidad Especial de Investigación, “por fuera de la Jurisdicción Especial para la Paz” y dentro de “la jurisdicción ordinaria y de la Fiscalía”, con el objetivo de enfrentar las organizaciones criminales “que hayan sido denominadas como sucesoras del paramilitarismo”.
Tampoco resiste análisis usar como prueba reina contra los acuerdos sindicar a Santos de Castro-Chavista. Si Santos fue ministro de Gaviria, Pastrana y Uribe y gobierna con el programa económico, social y político que el último le dictó en 2010 para elegirlo presidente, programa que, exceptuando el proceso de paz, viene cumpliendo a pie juntillas. ¿Sí será que Estados Unidos, con el Pentágono, la CIA y sus dos mayores partidos, las potencias europeas y asiáticas y los gobiernos de América Latina, más los banqueros del mundo y las trasnacionales, todos los cuales respaldan el proceso de paz, ignoran quién es el “verdadero” Santos, cosa que solo saben poquísimos? ¡Por favor! Si se trata de clasificarlo por su posición frente a los poderes extranjeros, la verdad verdadera la expresó él mismo: “Yo soy proestadounidense”, le confesó a la revista Semana el 12 de febrero de 2011.