Sometiéndose a las exigencias de la OCDE, Juan Manuel Santos se apresta a determinar otra baja general de aranceles contra el agro y la industria, del corte de la que, por las mismas razones, definió en 2010 (Ver artículo). ¿No es el colmo del matoneo que Estados Unidos y las potencias europeas le ordenen a Colombia igualar sus aranceles con los de ellos, cuando sus subsidios agrícolas suman 257 mil millones de dólares anuales y los industriales pueden ser aún mayores? ¿No constituye demasiada y perniciosa indignidad que el gobierno de Colombia sea un “yes, sir”? Y preciso cuando se sabe que la primera causa de la tragedia del pueblo griego es el carácter extremadamente leonino del libre comercio al que lo llevaron el FMI, la OCDE y la Unión Europea.
Este nuevo incremento de la desprotección del aparato productivo instalado en Colombia, que además toma la forma de regalo al resto del mundo, porque se hace sin contraprestación alguna –como la apertura de César Gaviria–, empeorará lo pactado en los TLC, con más daños al azúcar, arroz, algodón, maíz, panela, palma, lácteos y carnes de res, cerdo y pollo, así como a no pocos bienes industriales. Para empeorar las cosas, le costará una gran suma al fisco nacional, del orden de la de 2010 –quinientos millones de dólares anuales. ¡Cuando los déficit fiscal, comercial y cambiario andan por las nubes, y pueden llevarnos a otro 1999, Santos va a acatarle otra desproporción a la OCDE, y con frescura la presentan como otra genialidad nacida de su cacumen! Nos tratan como a imbéciles.
Para que la opinión pública acepte este nuevo atentado contra el país, volvieron chivo expiatorio a la supuestamente indebida protección al azúcar nacional. Como no pueden decir que es una orden de la OCDE, les tocó el ridículo de los alegatos insostenibles.
Presentándolo como un crimen, acusan al azúcar de contar con la protección del sistema andino de franjas de precios (SAFP) y del FEPA, su fondo de estabilización. Como si no se supiera que este es el bien agrario con mayor intervención del Estado en el mundo y que país que lo desproteja, lo pierde. ¿Saben cuál es el único producto que nunca se quedará sin arancel y sin cuotas en el TLC con Estados Unidos? El azúcar. ¿Por qué? Porque si lo desprotegieran, el producido en Colombia se tomaría el mercado interno estadounidense. Una de las mayores mentiras de la historia consiste en llamar libre al libre comercio.
Aunque para confundir critican los precios internos del azúcar, la verdad es que los de Colombia son de los menores del mundo, solo superados por los de Brasil (Ver precio del azúcar en varios países). Por lo demás, entre 2010 y abril de 2015, su precio en el país se redujo en 6 por ciento, en tanto los confites y chocolates se encarecieron en 9 por ciento, “lo que quiere decir que la industria que usa el azúcar no les trasladó los menores precios a los consumidores” (Ver columna de El Tiempo), que es lo que suele ocurrir, porque el menor precio de lo importado se lo echa al bolsillo el importador.
También ocultan que los precios de las materias primas agrícolas participan con porcentajes muy bajos en los costos de las industrias que las utilizan. Por ejemplo, a Nutresa el azúcar apenas le representa el 4 por ciento de sus costos. Y hay que repetir lo ya dicho en esta columna: se cae de su peso que no es el precio del azúcar el que explica por qué la Big-Cola cuesta entre 54 y 100 por ciento menos que la Coca-cola Femsa, empresa que se beneficia de grandes rebajas tributarias y le va de maravillas en Colombia (Ver artículo de El Espectador).
Cada golpe al azúcar se convierte, inexorablemente, en otro a la panela, sector de propietarios –campesinos y empresariales– bastante más débiles que los de los ingenios. En las andanzas de gringos, europeos y santistas contra el azúcar –producto que en este comentario sirve de ejemplo del resto del agro– están en riesgo 188 mil empleos directos e indirectos, al igual que el conjunto de las economías de muchas poblaciones que viven de los ingresos de jornaleros y campesinos. De ahí el foro de días pasados en el que coincidimos en defensa del sector empresarios azucareros y paneleros, sindicatos de trabajadores y dirigentes políticos de distintos partidos.
Coletilla: hasta cómico resulta que el ministro Iragorri acuse de “políticos” a los dirigentes de la pasada protesta cafetera y agraria. ¡Como si él no fuera el heredero de castas políticas de décadas de estar actuando! Ante la falta de argumentos, dicen cualquier cosa.