Colombia aparece en las estadísticas como uno de los países más corruptos del mundo, deshonor que, como sabemos, tiene todo el asidero en la realidad. Ahí están los inmensos escándalos de Reficar y Odebrecht, que involucran a los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, tanto por las fechas de las determinaciones como por los momentos en que se pagaron los sobornos, más las acusaciones de financiación ilegal a los dos candidatos presidenciales en 2014.
Se sabe además que en la foto de la campaña Santos 2010, lubricada con dineros ilegales y de trasnacional, aparecen todos los dirigentes de todos los sectores de todos los partidos tradicionales que han gobernado al país desde hace, por lo menos, medio siglo. Y son incontables las corruptelas nacionales, departamentales y municipales, con actores del sector público y el privado, nacionales y extranjeros.
También se conoce que en las elecciones, en proporciones determinantes, no se compite con análisis, ideas y propuestas sino con inmensas sumas de dinero de todos los orígenes, con las que se arrea a votar a millones de empobrecidos compatriotas; que una corrupción salida de madre como esta hace inviable el progreso nacional; y que los colombianos, con razón hasta la coronilla, exigen correctivos inmediatos.
Ante la pregunta de cómo salir de desvergüenzas tan dañinas, lo primero es señalar que no hay solución a un problema si no se establecen sus causas y si no se toman, a partir de ellas, los correctivos acertados. Por ello se dice que no se va al médico a que nos diga dónde nos duele, lo que ya sabemos, sino a que nos señale las causas del dolor y la manera de curarlo, y que si se equivoca en el diagnóstico, fallará de seguro en el remedio. Luego también hay que empezar por establecer los orígenes de la pavorosa corrupción nacional, haciéndose la pregunta clave: ¿se trata de un problema de manzanas podridas, aisladas entre sí, o de una corrupción sistémica, general, en la que está conscientemente involucrada una porción determinante de quienes, en la esfera pública y privada, mandan en Colombia?
De acuerdo con Fernando Cepeda Ulloa, más que corrupción, “lo que hay en Colombia, es evidente, es crimen organizado para apropiarse de los recursos del Estado o (…) en el sector empresarial o donde ustedes quieran (…) Además se ha vuelto trasnacional, con connivencia nacional” (http://bit.ly/2o0txuz). Una buena manera de expresar lo que ocurre y de que no se trata, que es el punto clave a debatir, de manzanas podridas, para seguir con la imagen.
¿Cómo fue que llegamos a esta desgracia? Como lo he citado en otras ocasiones, según el ministro Alejandro Gaviria, desde el Frente Nacional, los partidos tradicionales y las élites económicas acordaron darle un determinado manejo a “la macroeconomía”, a sus negocios, y ganar las elecciones mediante el “clientelismo”, es decir, con el uso “de una fracción del presupuesto y la burocracia estatal, de auxilios parlamentarios, partidas regionales y puestos” (http://bit.ly/2o0dOM0), mecanismos que están en la base de la corrupción nacional.
“El clientelismo, detalla Hommes, puede verse como una forma deliberada de extraer recursos para la élite y sus colaboradores” (http://bit.ly/2nlmGgY) y Guillermo Perry ha narrado la evolución clientelista (http://bit.ly/2o0v4AP). Y así se gobierna a Colombia, con el agravante de que las determinaciones, además de corruptas, están diseñadas para que la economía no prospere, en un juego en el que unos pocos divorcian sus intereses personales de los de la Nación, a la que arruinan o empobrecen con sus medidas, mientras ellos prosperan.
Entonces, a lo que asistimos hoy es al natural aumento de la descomposición de un sistema político al que hace mucho tiempo le inyectaron la corrupción en su ADN, y con el objetivo de poder gobernar de la peor manera y aun así ganar elección tras elección, sistema en el que lo único en verdad nuevo reside en que las corruptelas y el cinismo rompen récords mundiales y en que crecen los excluidos de la francachela. Porque las políticas neoliberales y su asalto a los recursos públicos, con su capitalismo raquítico y de extrema desigualdad social que corona como reyes a las trasnacionales, operan sobre esta perversidad.
Es obvio que con solo tomar medidas legales contra la corrupción, aunque deban tomarse, no cambiará el tétrico rumbo del país, si lo mangonean los cuarenta ladrones de Alí Babá. De ahí que la primera determinación para enfrentar en serio este problema consiste en que los colombianos de todos los orígenes nos unamos y derrotemos a todas y cada una de las fuerzas que han gobernado al país, hundiéndolo en este desastre.