¡No es porque sí que nuestra salud mental está en riesgo! No es que esta generación sea débil, no se trata de un vacío espiritual, no es que estemos malditos: ¡no!
Hay que decir con vehemencia que el estado actual de nuestra salud mental es el resultado del descuido de los gobernantes y la autoridad sanitaria, quienes preocupados por ejecutar importantes estrategias económicas para mantener a la ciudad en la pobreza, el atraso y el desempleo, han dejado de lado los problemas de bienestar integral.
Para el año 2021, en Colombia tuvimos la cifra de suicidios más alta de nuestra historia y nuestra ciudad no escapa de esta realidad. Nuestra reducida orientación hacia la Atención Primaria en Salud, que nos ha impedido gozar de sus comprobadas ventajas en prevención y promoción en salud mental, hoy cobra un alto precio que pagamos con nuestra calidad de vida a diario, especialmente, con la vida de nuestras personas más jóvenes.
Para hacer frente a la difícil situación en salud mental de nuestros ciudadanos y ciudadanas, necesitamos tomar decisiones basadas en la evidencia y partir de un diagnóstico que nos permita identificar los factores de riesgo en la salud y definir acciones acertadas para atenderlos.
El caso de los ibaguereños que han decidido quitarse la vida es ejemplo de ello. Aunque hoy tenemos profesionales de salud mental y entidades trabajando para mitigar esta dolorosa situación, a la fecha no existe una adecuada articulación entre ellos ni tampoco una línea base o esfuerzos de participación ciudadana para reconocer las múltiples causas que subyacen a este fenómeno.
Tenemos que ir más allá de nuestras suposiciones, miedos y creencias y dejar de dar palazos de ciego para actuar en diferentes frentes pero con relativas certezas
La salud mental implica nuestro bienestar con las personas que nos rodean, bienestar con nosotros mismos, pero además bienestar en el entorno donde vivimos. Pretender atenderla requiere inversión, pero inversión de verdad: fortalecer las rutas de atención y reconocer que esto también tiene relación con problemáticas que vemos a diario en la ciudad como las Violencias Basadas en el Género, el consumo de sustancias psicoactivas (que entre otras cosas requiere un enfoque mucho más preventivo y centrado en la reducción del daño).
Nuestro problema de salud mental es una situación que los politólogos norteamericanos han denominado “no decisión”: aquellos asuntos que se ha decidido que no son un problema público y que, por ende, no son objeto de políticas serias que los afronten y esto es lo que sucede en nuestro caso.
Quizás esto nos sirva más que ir a rezar al puente, como lo propuso alguna vez la Secretaría de Salud de la actual administración. Misma Secretaría que, sin explicar muy bien su fuente y la naturaleza del dato, afirmó recientemente en su página web que la tasa de incidencia de la conducta suicida se había reducido en un 2.14 % en 2022, cuando en realidad las cifras de Medicina Legal son abrumadoras y reportan que de 2021 a 2022 pasamos de 43 a 47 muertes autoinfligidas.
El camino estratégico para hacer frente a este asunto (y a todos nuestros problemas de salud), es planificar y asegurar la ejecución de una estrategia de Atención Primaria en Salud.
Además de un audaz plan de intervención integral con un alto componente participativo/comunitario (incluida la Iglesia, desde luego) y preventivo en las poblaciones más críticas y en las causas identificadas y una notoria mejoría presupuestal para este aspecto, es indispensable la sensibilidad de nuestros gobernantes; pues como dije, esto no ha sido porque sí, acá hay responsabilidades relacionadas con lo que se ha dejado de hacer.
En la salud mental también es necesario crear una Ruta de las Oportunidades participativa, que garantice para todos y todas el acceso a los servicios que requerimos a lo largo de nuestra vida, especialmente en nuestros días más difíciles.