El ventajismo: la barrera cultural que debemos derribar en Colombia
La reciente decisión del Reino Unido de restablecer el requisito de visa para los colombianos, tras el aumento en solicitudes de asilo falsas, nos obliga a reflexionar sobre una práctica cultural que nos persigue: la ley del más vivo. Ese hábito de “buscarle la comba al palo” y sacar provecho indebido de cualquier situación, sin medir las consecuencias, es lo que en Colombia hemos normalizado bajo etiquetas como la “malicia indígena”.
Un ejemplo reciente de esta mentalidad se dio durante la final de la Copa América en Miami, donde cientos de aficionados, en su mayoría colombianos, se colaron sin boletos al estadio, causando retrasos y poniendo en riesgo la seguridad de los asistentes. Este comportamiento no solo afectó la organización del evento, sino que proyectó una imagen del colombiano como alguien que se rige por el facilismo y la viveza, en lugar del respeto por las normas.
El ventajismo —o como lo llamamos coloquialmente, “ser más vivo que los demás”— no solo genera problemas internos, sino también repercusiones internacionales. El abuso de la exención de visa por parte de quienes presentaron solicitudes de asilo falsas no solo llevó al Reino Unido a imponer restricciones, sino que afectó a miles de compatriotas que sí cumplen las reglas y dependen de estas oportunidades para trabajar, estudiar o viajar.
Aunque muchos consideran que la “malicia indígena” es una muestra de astucia o ingenio, lo cierto es que perpetúa una cultura de atajos que nos frena como sociedad. El problema no es la inteligencia o la creatividad, sino el uso que hacemos de estas cualidades para evadir la ley o buscar beneficios personales a expensas de los demás.
Superar esta mentalidad requiere un cambio profundo, empezando por reconocer que no hay orgullo en burlar el sistema. No podemos seguir justificando estas acciones con frases como “es que así somos” o “es parte de nuestra idiosincrasia”. Si queremos ser una sociedad respetada, dentro y fuera de nuestras fronteras, debemos dejar de glorificar al más vivo y comenzar a valorar la honestidad, el esfuerzo legítimo y el respeto a las normas.
La educación juega un papel crucial en este cambio. Debemos enseñar, desde temprana edad, que cumplir las reglas no es una debilidad, sino un acto de responsabilidad y respeto. Solo así podremos desmontar esa falsa creencia de que el fin justifica los medios.
Colombia tiene un potencial inmenso, pero mientras sigamos siendo esclavos de la ley del más vivo, nos estaremos saboteando a nosotros mismos. El progreso no llegará a través de atajos, sino mediante el trabajo honesto y colectivo. Solo así podremos construir un país que inspire confianza, dentro y fuera de sus fronteras, y que deje atrás la malicia como excusa para avanzar.