Sin duda el 2020 pasará a la historia de nuestra generación como aquel que logró confinarnos en nuestras casas para evitar contagiarnos de un enemigo microscópico que al día de hoy deja un saldo de 398.636 muertes alrededor del mundo.
Desde el primer caso reportado en nuestro país, el 6 de marzo hasta la fecha de hoy (3 meses después), Colombia registra 39.236 casos y 1.259 muertes según las últimas cifras oficiales reportadas por el Ministerio de Salud. En la región somos uno de los países con menor número de muertes y de contagios.
Sin embargo, la curva va en ascenso, crecen cada día los casos (un promedio de 1.000 diarios) y vamos rumbo al famoso pico del que tanto hablan los epidemiólogos. Nuestras unidades de cuidados intensivos cada vez están llegando al límite de ocupación y si estas sobrepasan su capacidad, el Gobierno sin temblarle el pulso endurecerá una vez más las medidas de aislamiento obligatorio preventivo. Uno de los principales objetivos de decretar la cuarentena nacional fue precisamente ganar tiempo para poder mejorar nuestra precaria infraestructura de salud, en particular aumentar el número de respiradores.
No obstante, de los tan anunciados 2.000 respiradores que iban a llegar a Bogotá para hacerle frente al COVID-19, solo se consiguieron 227. Es esperable que este incremento sea minúsculo, teniendo en cuenta que no producimos este tipo de tecnologías. Europa y Estados Unidos han cerrado sus exportaciones, lo que hace que sea un mercado internacional muy competitivo y la tarea no es nada fácil para su importación.
Ante la situación descrita, el país no puede seguir en cámara lenta esperando la tan anhelada vacuna, que podría llegar a final de año según el vaticinio de algunos expertos a nivel mundial.
Teniendo en cuenta lo anterior, lo consecuente es que debamos realizar una reapertura económica de manera gradual como ya se ha visto en las últimas semanas. No nos queda de otra. Ya no es una cuestión de hacer comparaciones entre economía versus salud. Si no es el coronavirus, será el hambre el que empiece a cobrar victimas en nuestro país. La mayoría de nuestros trabajadores son informales y ya la crisis sanitaria dejó a más de 5 millones de colombianos desempleados.
Pero ¿cómo salir a la calle a trabajar con el virus rondando en cada esquina? La confianza de las personas está por el piso. Hay angustia, pánico y miedo de poder contraer la enfermedad. Sin duda, la salud mental está terriblemente golpeada y las personas no saben cómo afrontar a partir de ahora lo que llamamos esta nueva normalidad que al parecer se instalará para siempre en nuestra cotidianidad.
Las imágenes llegadas desde China a principio de año, donde los profesionales de la salud se equipaban con excesivos elementos de protección personal, muy parecidos a los astronautas del SpaceX, nos hizo un daño terrible. Creemos que entre más protección es mejor y lamento decirles que esto no es así. Diversos estudios en revistas médicas ya lo han demostrado. Por supuesto que debemos tener cierta protección personal pero no debemos caer en la exageración y en el autocuidado de manera desproporcionada.
Para salir a trabajar y evitar el contagio del virus es suficiente: uso permanente de tapabocas convencional, distanciamiento social (mínimo 1 metro de distancia), llevar consigo gel antibacterial, lavado frecuente de manos con agua y jabón y, limpiar las superficies del área de trabajo con sustancias que contengan amonio cuaternario.
No es necesario que andemos en la calle con mascarillas N95, caretas o, como he visto en algunos casos, con máscaras elastómericas y overoles antifluidos.
Es importante que el Gobierno, a través del Ministerio de Salud, organice una hoja de ruta clara y transparente donde establezca de manera sensata los diversos protocolos de bioseguridad para las empresas, colegios, universidades, y demás sectores económicos para poder llevar un mensaje aterrizado de autoprotección y se hable en un solo idioma.
Si eso no ocurre, vamos a terminar perdiendo la cordura y el juicio por la excesiva información que nos llega y la gran dificultad para desmentir de forma eficaz las noticias falsas o ‘fake news’, que han encontrado un asidero perfecto en medio de la pandemia.