No quiero denunciar, no quiero analizar, no quiero juzgar. Hoy quiero proponer. Sin mayores pretensiones que la reflexión en voz alta y sin otro propósito que sumar en esta realidad tan dura, como una ciudadana de a pie y como una mujer de carne y hueso, quiero proponer.
Las últimas semanas hemos leído y escuchado muchas voces que se han levantado con vehemencia a hablar sobre el controvertido fallo de la Corte Constitucional acerca de la despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación. En palabras claras, a partir de ahora, en Colombia es legal abortar hasta los 6 meses de embarazo sin ninguna causal y después de ese período, siguen vigentes las 3 causales que venían desde el 2006.
Más allá de las posturas y las reacciones de una orilla o de la otra, estoy convencida que necesitamos como sociedad, hacer un análisis más profundo e ir más allá de los señalamientos y las defensas.
Creo que como ciudadanos, deberíamos preguntarnos cuáles son las razones por las que se ha incrementado vertiginosamente el número de adolescentes embarazadas, enfermos con ITS (Infecciones de transmisión sexual) y afectados emocional y mentalmente por situaciones asociadas a relaciones sentimentales que resultan ser destructivas y dañinas en varios sentidos.
Más allá de señalar a las mujeres que terminan optando por un aborto y mirando desde lejos su dolor y su confusión (debe ser claro que casi ninguna mujer se practica un aborto en medio de la felicidad y la tranquilidad) y más allá de participar en manifestaciones públicas y de postear información en las redes sociales, hoy me arriesgo a ser propositiva.
Propongo que los adultos recordemos que el primer y mejor escenario de educación en cualquier sociedad no es la escuela, si no la casa, y que los primeros maestros de nuestros hijos no son los profesores, si no los padres; y que somos los padres con amor y constancia los que podemos pasar a la siguiente generación la posta del amor y el respeto por la vida propia y ajena.
Propongo que eduquemos en sexualidad a niños y adolescentes, pero no solamente enseñando sobre métodos de planificación invasivos y falibles. Porque entregar un preservativo a un adolescente o poner una pila a una niña de 14 años, es como invitarlos a jugar a la ruleta rusa.
Propongo que nosotros los adultos, ayudemos a nuestros chicos a pensar en su proyecto de vida como una autopista por recorrer en la que deben tomar decisiones acertadas sobre su sexualidad, más allá del placer momentáneo o la inmadurez del momento y recordando que las decisiones que tomen hoy, afectarán su futuro.
Propongo que acompañemos a las adolescentes confundidas y asustadas ante un embarazo no planeado; que les mostremos un mejor camino más allá de señalarlas y juzgarlas, y que seamos maestros, consejeros y mentores y las guiemos en medio del dolor.
Propongo que prevengamos los abortos previniendo los embarazos, y estos, los prevengamos educando desde casa, enseñando con valores sobre sexo, pero no solamente en su sentido físico, si no en su real significado.
Propongo, que nos acerquemos al corazón de nuestros niños y jóvenes, los escuchemos con amor y empatía y caminemos a su lado para ojalá evitar que sus decisiones los lleven a tener que estar ante una disyuntiva brutalmente dolorosa como decidir entre ser padres adolescentes o abortar.