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Desde que tengo memoria, mi madre nos enseñó a visualizar escenarios futuros como un ejercicio esencial para cerrar y arrancar el año. Su método estaba dividido en tres momentos que, con el tiempo, se convirtieron en una estrategia de vida.
El primero era un momento místico, lleno de agüeros o tradiciones. Desde hacer la carta al espíritu de la navidad y un baño con hierbas amargas y dulces, hasta las 12 uvas o correr con una maleta por la calle, cada ritual simbolizaba el cierre de un ciclo y la apertura de uno nuevo.
El segundo momento era de visualización y planificación: un tablero de corcho que se llenaba de mandalas, recortes de revistas con la casa o el carro que quería, y fotos nuestras en una playa, creando así un mapa tangible de sus sueños.
Finalmente, el tercer momento era de seguimiento y evaluación. En un cuaderno, anotaba todas las actividades diarias que la acercaban a sus metas y sueños, marcándolas con triángulos que coloreaba al cumplirlas, para luego reflexionar sobre los resultados alcanzados.
Hoy, al ver cómo logró cumplir la mayoría de sus sueños, proyectos y objetivos gracias a su rutina estratégica, estoy convencido que mi madre, de manera empírica, nos inculcó la importancia de soñar, planificar y evaluar. Estos conceptos, que ahora asocio con disciplinas como la psicología, la educación, la comunicación y la administración, son herramientas claves para el desarrollo personal y profesional.
Por ejemplo, sus enseñanzas místicas se relacionan con la Programación Neurolingüística (PNL). Aunque correr con una maleta no garantiza viajes por el mundo, es un acto que simboliza un declaración al cerebro de que viajar es una prioridad.
La PNL, desarrollada en los años setenta, se centra en cómo percibimos y procesamos a través de los sentidos nuestras experiencias para estructurar pensamientos que nos lleven a alcanzar nuestras metas. Al organizar lo que vemos, oímos y sentimos, le estamos dando ordenes a nuestro cerebro para alcanzar herramientas para desarrollar un pensamiento estratégico y sistemático que nos permite soñar, optimizar recursos, aumentar la creatividad y fortalecer la confianza.
Otro ejemplo de sus enseñanzas es el tablero de corcho, que hoy lo reconozco como un “vision board” o mapa de sueños. Más allá del nombre, es una herramienta que nos permite visualizar objetivos y atraer lo que anhelamos, para que además no perdamos el enfoque para alcanzarlos. Es una combinación de motivación diaria y la ley de la atracción, que entrena nuestra mente para visualizar como alcanzar nuestras metas.
Finalmente, el cuaderno de mi madre representa los principios de la planeación estratégica y la prospectiva. Diseñar escenarios futuros posibles, deseables y alcanzables implica un ejercicio creativo y sistémico que no solo imagina el mañana, sino que también retorna al presente para trazar el camino hacia él. Pero allí la evaluación y el seguimiento juegan un papel fundamental, y su sistema de triángulos coloreados no eran más que una forma sencilla de hacer control a su planificación, permitiéndole verificar avances, identificar áreas de mejora y aprender de los errores.
El futuro no es cuestión de azar; depende de las acciones que emprendemos y del seguimiento constante que les damos. Por eso, hoy que retomo mi columna de opinión después de varios años, en un año en el que me enfrentaré a nuevos retos, he decidido hacerlo inspirado en las enseñanzas de mi madre: la visualización, la planificación y el arte de soñar con los pies en la tierra.
Los y las invito, a recordar que, más allá del método que utilicen para soñar y planificar, lo realmente importante es organizarse para alcanzar sus metas, confiar en sus capacidades y aferrarse a las enseñanzas de sus padres, quienes les han brindado las bases necesarias para que hoy puedan visualizar sus objetivos para el 2025.
