La pandemia despertó múltiples fenómenos sociales y laborales, desde marzo familias enteras empezaron a optimizar sus espacios físicos para llevar a cabo sus tareas usando la tecnología para enfrentarse a las nuevas dinámicas de trabajo y lidiando con diferentes factores como el grito de vendedores ambulantes por su cuadra, la activación de la cámara que deja al descubierto momentos incómodos, las consultas o requerimientos de jefes o clientes por fuera de los horarios, los problemas de conectividad, el desconocimiento para el adecuado uso de las diferentes herramientas o plataformas tecnológicas que se tomaron la vida laboral, entre otras.
Teletrabajo, trabajo en casa, trabajo remoto o trabajo virtual; sin que se trate simplemente de un problema de denominación, esta forma de laborar trae consigo una serie de reflexiones jurídicas, psicológicas, económicas y culturales que le deben llamar la atención tanto a empleadores como a trabajadores. Antes de empezar la pandemia, según datos del diario económico Portafolio, en Colombia solo teletrabajaban 200 mil personas, pero tras el confinamiento de acuerdo con un estudio de la Federación Colombiana de Gestión Humana – ACRIP casi el 80 % de las empresas planea mantener para el próximo año el trabajo en casa en alguna medida, lo que generaría que los 6 millones de personas que estaban a marzo laborando desde sus hogares según informó el Ministerio del Trabajo, crezca significativamente.
A medida que aumenta el número de personas que trabajan desde sus casas, también sube vertiginosamente el desempleo (en agosto cerró en 16,8% en el país y más del 30% en el departamento del Tolima) y las preguntas que rodean esta forma de laborar. Por ejemplo, ¿Quién asume y de qué manera los incrementos económicos que tienen los hogares en cuanto a servicios públicos como internet o energía?
Hoy las familias se vieron obligadas a comprar dispositivos tecnológicos, pues todos los integrantes de las casas estamos supeditados a su uso; además, en gran medida estas “nuevas oficinas remotas” no cuentan con las condiciones ambientales, ergonómicas y tecnológicas. Muchas personas no tienen un escritorio y silla adecuada, y como yo, en varias oportunidades hemos realizado las jornadas desde la comodidad de nuestras camas o sofás, aspecto que estoy seguro traerá consecuencias a corto plazo. Sumado a esto, los fondos de los lugares desde donde se participa en las reuniones están cargados de ropa extendida, espacios desordenados o baños de fondo (algunos han sesionado desde allí), que generan más que todo distracciones. Pero frente a esto también habría que preguntarnos ¿Cómo lograr distribuir de manera efectiva espacios reducidos en donde la mayoría de los integrantes de una familia están inmersos en esta nueva dinámica?
La virtualidad también exige unas normas de comportamiento que estoy seguro que muchos no cumplen. Por ejemplo, a la hora de vestir, el que estemos trabajado desde nuestras casas no significa que la presentación personal sea menos importante que si se estuviera asistiendo a la oficina. Hoy es normal encontrar personas que afirmen que trabajan en pantaloneta, chanclas y camisa (por si les toca prender las cámaras), y en algunos casos hasta sin bañarse.
Por otro lado, hace poco bajando las escaleras de mi casa por poco me caigo, y mi surgió otra inquietud ¿en caso de sufrir un accidente en nuestras casas-oficinas, quién responde? Esta es la hora en que no existe claridad sobre el papel la Administradora de Riesgos Laborales (ARL), y mucho menos el alcance de derechos y garantías que tienen los trabajadores bajo esta modalidad. Es más, sin que suene una exageración, me pregunto ¿quien debe costear durante las jornadas laborales el uso de elementos como el papel higiénico o el café?, que tradicionalmente estaban garantizados por las empresas.
Hoy siento que se perdieron los protocolos frente al respeto de los horarios, que trabajar desde las casas se ha convertido en jornadas con más horas de las estipuladas, muchas videoconferencias, excesivos mensajes e innecesarias llamadas. Para ciudades como la nuestra, el trabajo virtual también significó el fin de la “siesta” al medio día, los almuerzos libres de dispositivos, el poder dejar los celulares en silencio o apagados, y el aflore de un aspecto neurálgico: las dificultades en cuanto a la salud mental de los trabajadores. No en vano, en el mes de abril en el informe de la Encuesta Nacional de Condiciones de Salud y Trabajo en el Sistema General de Riesgos Laborales se determinó que en Colombia entre 20% y 33% de los trabajadores manifestaban un alto nivel de estrés.
Hoy estamos en medio de esta realidad, en la que deben generarse verdaderas y pertinentes trasformaciones normativas, jurídicas y empresariales que estén encaminadas a varios aspectos como generar compromisos equilibrados entre trabajadores y empleadores en el que primen, sin la pérdida de la productividad, los derechos fundamentales; Estrategias encaminadas a contar con un descanso cultural, creativo, recreativo y familiar; Priorización de la salud mental, y acompañamiento permanente en esta dirección; Definición de protocolos de interacción digital en cuanto a horarios, formas y cantidad de información.
Sin duda el COVID-19 nos ha transformado de muchas maneras, nos ha generado nuevas formas de interactuar y trabajar, pero es una realidad que no se irá, y que nos obliga más que nunca a reevaluarnos.