Un gran revuelo ha generado en distintos círculos de opinión, el encuentro reciente del exlíder paramilitar Salvatore Mancuso y el Presidente de la República Gustavo Petro, en un evento en Córdoba. Los dos en tarima, hasta intercambiaron sombreros típicos de la zona. Con gran hipocresía, típica de los sectores más retardatarios del país, voceros de la extrema derecha colombiana han salido a cuestionar el encuentro. Como “teatro de compadres”, lo calificó el expresidente Uribe, el mismo que promovió hace 20 años la famosa visita de los líderes paramilitares al Congreso de la República, en una de las páginas más vergonzosas de la democracia colombiana.
Y es que hace 20 años Mancuso, como comandante del sanguinario ejército paramilitar de la época, pronunció su famoso discurso ante el congreso, en el que las amenazas, las masacres y el despojo de tierras fueron banalizadas y justificadas como expresión de la “legítima defensa” frente a las afrentas a la propiedad privada que padecían grandes terratenientes, empresarios y comerciantes. Eran los tiempos de la alianza de la política y el empresariado con el paramilitarismo, que les permitió tener el control del 35% del congreso. Los atronadores aplausos del auditorio paramilitarizado, y el velo mediático de la época, no permitieron escuchar ni dar a conocer con la misma visibilidad, el discurso que en ese mismo escenario pronunció Gustavo Petro, quien en ese momento era Representante a la Cámara y ya se vislumbraba como uno de los políticos más promisorios del espectro de la izquierda colombiana. En su discurso, Petro denunció con claridad cómo el proceso de paz que adelantaba el entonces Presidente Uribe con los paramilitares no era más que un contubernio de amigos con enemigo común: la población campesina, sindicalistas, líderes estudiantiles y, en general, los de abajo. El teatro de compadres se celebró hace 20 años.
19 años después, el congresista convertido en presidente y el paramilitar devenido gestor de paz, vuelven a encontrarse, pero esta vez no en el congreso sino en uno de los epicentros de la barbarie paramilitar del pasado: el departamento de Córdoba. Pero no solo ha cambiado el lugar del encuentro, ni la posición de los protagonistas: lo que ha cambiado es el contexto político, el marco general en el que se dan los discursos y el sentido mismo del encuentro.
Hace 20 años, el discurso de Mancuso, teñido de la soberbia que caracteriza a los que a través de las armas imponen sus objetivos, era la expresión de cómo una porción mayoritaria de la clase política y empresarial, e incluso de los grandes medios de comunicación, se había volcado a legitimar la política de tierra arrasada que practicaban los paramilitares, todo con tal de neutralizar la amenaza guerrillera de toma del poder. Los aplausos de ese congreso, cooptado por el brazo paramilitar, no permitieron que en ese momento se escuchara con más fuerza el discurso del congresista Gustavo Petro, quien insistía en el carácter mafioso del estado colombiano, la farsa que representaba negociar entre amigos como una burla a las miles de víctimas de las masacres perpetradas por los paras, y la necesidad de que un verdadero proceso de paz abordara el problema central del conflicto en Colombia: el acceso a la tierra y la necesidad apremiante de una reforma agraria. Hoy sabemos que, más allá de los objetivos políticos que podían existir detrás de quienes auparon la máquina de guerra paramilitar, se desarrolló la más impresionante contrarreforma agraria en la historia reciente del país, con 10 millones de hectáreas de tierra usurpadas a sangre y fuego a 5 millones de campesinos.
20 años después, el primer gobernante de izquierda en la historia del país, que prometió en campaña impulsar a fondo la reforma agraria y el cumplimiento del acuerdo de Paz entre la guerrilla de las Farc y el Estado Colombiano, se encontró en tarima con Mancuso, para anunciar la entrega de 18 mil hectáreas de tierra a campesinos de Córdoba y otras zonas del país, muchos de ellos víctimas del conflicto armado, mientras el exlíder paramilitar pidió perdón por sus crímenes y ofreció reparar material y simbólicamente a sus víctimas.
En medio de este cambio de contexto y sentido político del encuentro, la extrema derecha y sus cortesanos mediáticos de turno, como hace 20 años, intentan acallar el verdadero significado de lo que ocurrió. Lo sucedido el pasado 3 de octubre en Córdoba no fue un intercambio de sombreros, como superficialmente han querido mostrar, sino la continuidad de aquel compromiso del entonces congresista de izquierda Gustavo Petro, que ahora como presidente intenta llevar a cabo, contra viento y marea, el sueño de la reforma agraria como elemento central para desactivar los factores generadores del conflicto en Colombia, y acercar al país a una era de paz que no es solo el silenciamiento de los fusiles, sino la búsqueda de la justicia social.