Vivimos en una sociedad que valora la competencia. Desde pequeños, se nos enseña que ganar es lo más importante. Nos inculcan que debemos ser los mejores en el colegio, en los deportes, y más adelante, en el ámbito laboral. Sin embargo, esta perspectiva muchas veces malinterpreta el verdadero sentido de la competencia. Competir no debería ser sinónimo de destruir al otro, sino de construir juntos para alcanzar un bien mayor.
En el ámbito personal, la competencia sana se manifiesta en la auto-mejora. Competir con nosotros mismos para ser mejores cada día, sin la necesidad de pisotear a otros, lo que implica valores como la perseverancia, la resiliencia y la humildad. No se trata de demostrar que somos superiores a los demás, sino de alcanzar nuestro máximo potencial.
En la vida laboral, una competencia sana promueve la innovación y el crecimiento. Las empresas que compiten de manera ética se esfuerzan por mejorar sus productos y servicios, beneficiando así a los consumidores y al mercado en general. Estas empresas entienden que el éxito no se mide solo por eliminar la competencia, sino por la capacidad de ofrecer algo valioso y diferenciado.
La competencia desleal perjudica a las personas y empresas que actúan dentro de las normas, por lo que es momento de reflexionar sobre cómo entendemos y practicamos la competencia en nuestras vidas. No se trata de destruir al otro para avanzar, sino de construir un camino en el que todos podamos crecer y desarrollarnos.
Al fomentar una competencia sana, estamos promoviendo valores necesarios para nuestra sociedad como el respeto, la integridad y la cooperación. En última instancia, entender que competir es construir y no destruir nos llevará a una sociedad más próspera para todos y a tener un verdadero cambio.