El médico que abandonó su profesión para convertirse en cocinero de un café terapéutico de Ibagué
La vida: un concepto bastante aterrador, pero ¿qué es realmente lo que la hace serlo? Tal vez la respuesta la podemos encontrar en los constantes cambios que la construyen. O por lo menos así fue para Andrés Felipe Díaz, un médico que renunció a su profesión para cocinar en un restaurante de Ibagué.
Sí, yo también quedé sorprendida. Es por ello que los invito a leer y disfrutar de esta historia, sin afán, parte por parte.
“Nací en Sogamoso, Boyacá. Allá me gradué como bachiller, y como -por fortuna- mi familia es bastante acomodada, pude irme a estudiar medicina a la Universidad Javeriana”, narró.
Todo marchaba como se suponía que debía hacerlo, sin embargo, ¿ese era el camino que el hombre, de 32 años, quería para su vida?
“Después del quinto semestre me salió la oportunidad de irme para Buenos Aires, Argentina, para seguir estudiando medicina. Realmente, siempre estuve relacionado con el área de salud. Allí estudié en la UBA, Universidad de Buenos Aires”, puntualizó.
Durante los nueve años que estuvo viviendo entre el tango, el churrasco, los choripanes y el fútbol, se dedicó a trabajar en una empresa de cuidados domiciliarios como auditor médico y a hacer turnos en el área de urgencias de un hospital.
“A partir de eso fue que empezó mi gusto y mi pasión por la cocina. Realmente no era algo que viniera de mi familia, ellos son muy tradicionales y conservadores. De hecho, a los hombres no nos dejan meter en la cocina. Entonces mi relación por cocinar nació directamente en Buenos Aires”, explicó.
Y agregó: “uno estando solo, sin familia, sin madre y sin la posibilidad tampoco de comer todos los días por fuera, pues me tocó aprender a cocinar y a comer bien”.
Fue así como cada día, luego de extensas jornadas de trabajo, Andrés llegaba a su casa a descansar, pero a su manera.
“Encontré en la comida y en la cocina un espacio para despejar mi cabeza, para descansar. Para mí la cocina se convirtió en un lugar donde podría pensar tranquilamente. Cocinaba para relajarme con un buen vino. Entonces esas cosas me llevaron a aprender poco a poco sobre la cocina”, contó con alegría.
No obstante, la flecha que apunta a su lugar de destino volvió a señalar hacia Colombia, pero esta vez no hacia su lugar de nacimiento, ni a la capital, sino a nada más y nada menos que a Ibagué: una ciudad de la que ni él ni su esposa tenían el más mínimo conocimiento.
“Siempre le dije a mi esposa que nunca ejercería mi carrera como médico aquí en Colombia, porque no me parece justo el sistema de salud. Es muy injusto, muy inhumano y todos sacan provecho de los particulares, o sea del paciente como tal. Decidí dar un vuelco de 180° a mi vida y empecé con el tema de la cocina”, aseguró.
Como lo dijo lo hizo. Así comenzó a emerger su vida como cocinero en la ciudad musical, cuya gastronomía -a propósito- es exquisita.
“Soy empírico, pero decidí entrar a estudiar para técnico en cocina en el SENA y estoy gratamente sorprendido por el nivel y la exigencia que tiene”, mencionó.
Dicen por ahí que el mundo es un pañuelo, y vaya que lo fue para Andrés y su esposa, pues cuando vivían en Argentina conocieron a una psicóloga ibaguereña, con quien se reencontraron nuevamente en tierras tolimenses.
“Con Diana Castellanos somos amigos desde hace cinco años. Entonces aquí ella inició su proceso de montar un café terapéutico, que es algo que yo conozco bastante bien por mis estudios. Ella me llamó junto con el socio para que yo participara de este proyecto ‘Ciclos’ y aquí estoy”, dijo con orgullo.
Como dos personas dignas de admirar, Díaz y su esposa crearon también su propio emprendimiento. Se trata de El Clan de la Milanesa (elclan_delamilanesa).
“Es una cocina oculta, se le llama, en la que tu pides por teléfono, por redes sociales, obviamente, pedidos anticipados, y nosotros enviamos la comida”, contó.
Y así pasan sus días, literalmente, cumpliendo ciclos. Cada uno de ellos se direcciona a llevar su emprendimiento a otro ámbito, uno más físico. Mientras tanto se dedica a preparar comida balanceada, de esa que aprendió a cocinar en Buenos Aires.
De este modo, fue como el médico abandonó su profesión para convertirse en un gran cocinero en Ibagué.