Seguramente recordamos el refrán “que para querer se necesitan dos”, pues bien, el amor entre sujetos es así, las personas se comprometen en una relación en la que se prometen mucho para al final, luego de esfuerzo, tiempo, dinero y dedicación recoger los frutos, resultado que generalmente es azaroso, impreciso e indeterminable.
Cuando el amor se profesa a algo que parece un alguien como tu ‘tierrita’, las cosas son distintas, de manera que el soporte de esa extraña relación está mediado más por lo que te hace sentir el aire, el clima, el paisaje y otras cosas como la seguridad, la tranquilidad y las oportunidades de poder ser quien quieres. Sin embargo, en esa relación la ciudad no tiene la manera de expresar su promesa para ti.
Ibagué te da toda una grata experiencia de sensaciones, el problema no es ella, realmente es la mejor novia/o que puedas tener, el problema es que como pareja somos un desastre. Ibagué es linda, tengo la posibilidad de decirlo abiertamente porque desde que nací he vivido en ella y no quisiera estar en otro lugar que no fuera aquí aun habiendo conocido otros sitios.
Hay que ver lo bonita que es, desde lo alto de sus propias montañas se divisa un vallecito de manto verde que en ocasiones se adorna con tapetes de color rosa o lila de los ocobos, hay que ver lo lindo de su alegre fiesta, lo maravilloso que son sus puestas de sol, o el amanecer divisando su majestuoso nevado, pero también a veces hay que esforzarse en aprender a quererla para encontrar lo lindo de muchas de sus cosas, porque en eso precisamente consiste el amor, en encontrar aún en lo malo, lo bueno.
Hay quienes queriendo estar aquí, viviendo en esta tierra, se piensan o quizá se sueñan mejor en otras ciudades. Esa es la increíble paradoja de vivir en Ibagué, la de justamente pensar que ya debería estar construida, la de añorar que los años pasados hubiesen sido mejores para estar en otras condiciones, de cierta manera incomoda la verdad de sus malas administraciones, de la ausencia de liderazgo y en consecuencia de la ausencia de los propios Ibaguereños. Y así parece que nos quedáramos sus novios y novias en una aguda depresión, meditando sobre lo que pudo haber sido y hoy no es, nos ubicamos siempre en el pasado, porque nuestra Ibagué querida no tiene presente y tampoco le vemos futuro, por lo menos uno con el que nos sintamos comprometidos.
El pecado cometido con Ibagué ha sido que ninguna buena idea para verla próspera y feliz es a largo plazo, la inmediatez ha sido la característica de quienes han pretendido dirigir un rumbo que nunca ha tenido la ciudad, las promesas de año tras año no significan nada en el tiempo. En el fondo se evidencia la ausencia de cariño por lo propio, a los líderes o los que dicen serlo, el amor por la ciudad no les da y los pocos que tienen amor lo que les falta es compromiso, muchos de ellos salen y se van a esa otra ciudad en la que sienten que ese sueño de “paraíso travel” sea realizable. Lo cierto es que Ibagué creció improvisando, sin planificación, ni orden, porque el amor que le ofrecimos era líquido e incluso gaseoso.
Pues bien, a esos que viviendo aquí se ven en otro lado apostando cumplir sus sueños, a los que se sienten inconformes les diría que no se fueran, que esa novia/o que es Ibagué los necesita, pero los quiere enamorados, y así recordando a Bauman advertirles que: “El amor no encuentra sentido en el ansia de las cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso de participar en la construcción de esas cosas”. De cierta manera, la invitación es a actuar, a elegir mejor, a construir, porque lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia.