Es época de elecciones y la plaza pública está llena de negocios de distinta índole, la prensa muestra de manera reiterada cómo se tramita el espacio público a través de intereses particulares, el merchandising de las coaliciones, el run run de los avales, la “cosa politiquera moviéndose”.
La ciudad se encierra entonces en un poder de pocas manos que la pelean ferozmente y una mayoría que ni entiende ni nos interesa entender lo que aquí nos sucede. La ciudad de nadie, que se añora en épocas de ocobos en flor, o en alcoholémicas fiestas, en donde el único reducto de lo público está en esas maravillosas tiendas de esquina que se erigen como los lugares de encuentro, en donde se mezclan resistencias laborales, situaciones emocionales, con la propaganda política. Una ciudad sin más espacio público que sus calles rotas.
Este espacio público que ya no es tal, cedido a los mejores postores, privatizado en su totalidad, ahora convertido en el espacio privado de un pequeño grupo de empresarios del entretenimiento; regalado a través de la venta de nuestras conciencias, cambiadas por espejos y oropel en cada elección.
Vendimos nuestra alma colectiva a una clase digierente (que todo se lo digiere), sin más poder que el de manejar unas cuantas monedas que mandan desde Bogotá y que desaparecen en par patadas o en 5 meses.
Entregamos la esencia del ser ciudadanos a un puñado de políticos que solo quieren “negociar” el dinero, para “representarse bajo la forma del rolo del plan”, los administradores de la Hacienda Ibagué, que nos limitan a observar como pasean sus grandes camionetas por los caminos de herradura de este pequeño pueblo.
De esta manera que terminamos siendo la mano de obra barata de construcciones antioqueñas contenedoras de capital extranjero mineroenergético o de servicios de dudosa índole, o nos permitimos ser la mala cuenta de votos en las elecciones, o simplemente vamos relegándonos a ser “las mujeres de tierra caliente”.
La discusión se plantea entonces sobre esa forma relegada de ver el mundo a la que nos hemos querido someter, esa hegemonía que es la legitimación que le damos a esa dominación cultural, travestida de identidad individualista que no nos permite hacernos colectivo. Nos avergüenza nuestra eduvina procedencia, negamos nuestra cultura gastronómica hecha de lechona, chicha y achira, (como si los paisas negaran la bandeja paisa).
Se hace necesario realizar un doble proceso, por un lado, deslegitimar esas formas de pensar en nuestro territorio, que nos pauperizan, evidenciarlas, poner, de una vez por todas en cuestión esas formas de querernos ver como el prostíbulo del foráneo, evidenciar esos tejemanejes que se les dan a las administraciones locales, denunciar a esos que pasan de agache, que entran a los entes gubernamentales a pie y salen en BMW.
Por otro lado, se hace necesario resaltar ese sentido de lo popular, ya que no hay nada más contrahegemónico que exaltar nuestras propias formas, de ser nosotros mismos, no hay mejor manera para desenmascarar esa dominación que representándonos a “los otros”, esos que no nos vemos bellos en las pantallas, que estamos en las calles laborando, los desplazados de la esquina, tal y como somos, sin penas ni vergüenzas.
Cambiar esa mentalidad del que somos flojos y más bien nombrar lo aguerridos que nos hace ser vaqueros tolimenses, que no sabemos navegar solo en chalupas, sino también en la globalidad, para reflejarnos y entendernos. Como diría Borges, No se es cosmopolita por vivir en Nueva York.
Sigo pensando que lo público, lo colectivo, lo común, pasa por dar fe de lo que cada uno de nosotros somos, sin desconocernos, creo que es la hora de interlocutar con la gente, ¿Qué se piensa en realidad sobre este estado de cosas? ¿Será que en realidad querremos darle apoyo a los mismos que ni siquiera pueden desarrollar unos Juegos nacionales anunciados con tres años de anticipación?.
Los datos muestrales nos están indicando un descontento creciente, es hora de realizar un descentramiento de nuestras posturas como sujetos, no para re incubarnos en nuestro provincialismo, sino para reconocer la importancia que tienen las personas en los contextos regionales.
Es necesario plantearnos por ejemplo observatorios de las identidades, laboratorios del espacio público, pero a la luz del diálogo de saberes, es decir donde los movimientos ciudadanos encuentren espacios de intervención, más no de exclusión y que estos devengan en líneas de política pública.
Pensar lo público en la privatizada Ibagué, pasa por tomar como referente de identidad al territorio, en este caso denominado Tolima, por reconocernos en un espacio habitado por nuestro ancestros que lo han construido a partir de una cultura indígena y campesina.
Hay un problema central en términos políticos respecto a lo que llaman posconflicto, este se debe realizar desde las regiones y si no hay una descentralización esa tal cosa no va a existir en la práctica, pero la descentralización no solo debe ser político administrativa (económica) sino que también Y fundamentalmente cultural, la pugna por una nación desde las regiones.
Considero que desde la academia hemos reforzado ese sentimiento de inferioridad, ese “traigámoslo de allá que allá si saben de eso”, ese afán de buscar líderes en otras latitudes, una academia doblegada a legitimar un discurso hegemónico que poco entiende las prácticas populares. Una Universidad que se habla así misma con el esnobismo de las letras, donde lo público se mezcla con lo privado a la mejor forma de administraciones clientelares.
La Universidad Nacional por ejemplo ya se está pensando desde sus cuatro sedes, aportar a un mejoramiento en la resolución de conflictos en los escenarios de pos acuerdos. La Universidad del Tolima debe tener bastante que decir desde sus fortalezas, precisamente ese primer punto negociado en la Habana y sobre el cual recae la causalidad estructural del problema colombiano, Lo rural, Lo agrario, Las tierras.
Por supuesto que plantear esto en nuestro Departamento pasa por comprender las formas territoriales de los procesos campesinos y las dinámicas territoriales del conflicto, además de las formas como se presenta el denominado desarrollo rural.
Pensar lo público también es el hecho de reconocer nuestros procesos y desarrollos, por ejemplo, ese gran logro que se consiguió hace 70 años llamado Universidad del Tolima, porque debemos entender todos y todas que la Universidad es del Tolima, no de los gamonales de turno que les interesa mantener clientelas, ni de los doctos tecnócratas de la acreditación institucional.
La Universidad pública es de los tolimenses, y debe ser la constructora de una región que transforme el crecimiento económico en buen vivir, lo que significa en últimas dejar de pensar los mecanismos institucionales de agenciar lo privado y convertirlos en mecanismos constitucionales para la defensa de los derechos humanos.
No escribo para la academia, escribo desde el coraje y la emoción que como ciudadano tengo cada vez que veo como se vende lo público en el mercado politiquero o cada vez que veo los ocobos en flor!