Vivimos de afán. Esta es una afirmación que podemos hacer, al observar detenidamente los estilos de vida que hemos adoptado la mayoría de los ciudadanos de esta parte del siglo XXI. El mundo posmoderno nos ha impuesto un ritmo de vida acelerado y frenético que nos ha robado la posibilidad de disfrutar las cosas simples y el inmenso regalo de la plenitud.
Vivimos rápido, comemos rápido, manejamos rápido, dormimos rápido, hablamos rápido y hasta escuchamos a los demás rápido (¿Usas el acelerador de audios de WhatsApp?); en fin, nos hemos metido en una carrera loca que nos tiene constantemente con el pie en el acelerador de la vida.
Hemos terminado por construir un círculo nocivo que se resume más o menos en lo siguiente:
- Compramos casas que no tenemos tiempo de disfrutar, muebles que no tenemos tiempo de usar, vehículos que manejamos robóticamente y ropa que lucimos sin comprender el inmenso privilegio de tenerla.
- Desayunamos de afán con la mirada puesta en nuestro silencioso enemigo; El reloj. Almorzamos sin saborear para volver al trabajo o a casa fatigados a vivir de prisa lo que nos queda del día.
- La parte más triste de esta vida loca es que hemos incursionado a los niños casi desde que nacen en este ciclo frenético de hacerlo todo de afán; de maneras sutiles (o no tanto), los empujamos a levantarse rápido, bañarse rápido, desayunar rápido para ir a estudiar rápido y terminar el día durmiéndose lo más rápido posible para reiniciarse en un día siguiente muy parecido al anterior.
¿Qué nos pasó? ¿Cuál fue el punto de giro que nos puso a transitar esta avenida de alta velocidad en la que parecemos hámster sobre ruedas que giran a velocidades imperceptiblemente veloces y rutinarias?
No hay una única respuesta a estas preguntas: pero hoy quiero, -con la esperanza de poder desenmascararla - poner sobre la mesa una trampa llamada “La tiranía de lo urgente”.
La explicación es simple: Caemos en esta trampa cuando los asuntos urgentes nos ocupan todo el tiempo y eclipsa lo importante. Cuando dejamos de lado lo vital, lo que realmente importa y es fundamental y cuando reemplazamos las rutinas saludables por agresivas agendas contra el reloj.
Generalmente lo urgente grita y acosa, mientras lo importante se va volviendo invisible. En últimas, somos presos de esta tiranía, cuando reemplazamos lo importante por lo urgente sin la mínima conciencia de que hemos sucumbido en un espiral descendente de cansancio y frustración que nos roba lo esencial de nuestra existencia: Nuestra vida.
Así las cosas, y en este punto del camino y de esta columna, deberíamos preguntarnos ¿Qué es lo realmente importante en esta vida?
Quiero arriesgarme a compartir algunas sugerencias para poner en nuestra lista:
- La fe
- Las personas
- La salud
- Los niños
- La amistad
- Una puesta de sol
- Un momento compartido
- Un café
- Las montañas
- El tiempo libre
Te invito a continuar esta lista con tus propias cosas importantes, y por favor no las pongas en espera, nunca pienses que estarán ahí mañana; no des por sentado que tus hijos estarán esperando crecer para cuando tú tengas tiempo o tu cónyuge estará inmóvil esperando ser amado y disfrutado; el café se enfría y los corazones también. Que lo urgente no nos robe lo importante, y que aprendamos a disfrutar – sin afanes ni carreras- la enorme bendición de estar vivos.