Itiel Arroyo, un líder de jóvenes cristiano, mencionó recientemente en un multitudinario evento que los jóvenes actuales son la “generación que no mira las estrellas”.
Meditando un poco más en esa frase, quiero compartir algunas impresiones que llegan al alma al observar un poco la dinámica y la manera como las nuevas generaciones (jóvenes y niños) están asumiendo la vida.
Dejo constancia, que de ninguna manera es una crítica generalizada -toda generalización corre el riesgo de ser imprecisa- pero sí una lectura de la manera como ‘estila’ la vida actualmente.
Creo que estoy de acuerdo con Arroyo en su afirmación que esta es la generación que no mira las estrellas, pero, si somos honestos, no son solamente los jóvenes si no los adultos también.
Quisiera agregar, que tampoco miramos la luna, los árboles, los amaneceres y los ocasos; es más, creo que esta es la generación que no mira su entorno, corriendo el riesgo de perder la capacidad de asombro y admiración por una vida real que no miramos en vivo y en directo porque estamos completamente absortos frente a una pantalla, llámese teléfono, tablet, computador o televisión (que es el anciano decrépito en esta lista de dispositivos).
Si, quiero llamar nuestra atención sobre como adultos, niños y jóvenes hemos desarrollado una dependencia de los medios electrónicos, al punto de perdernos la vida real, porque nuestros ojos y nuestra atención está clavada en una pantalla que nos hace ignorar la belleza de la vida a nuestro alrededor.
Creo que no es exagerado afirmar que ya casi no miramos el rostro del otro, el firmamento, las estrellas, el árbol y el insecto que los niños de antes observan durante instantes interminables, alimentando la curiosidad.
Todo lo próximo lo hemos alejado y las pantallas nos han acercado a un mundo en fotos, videos y memes que capturan nuestra atención con un magnetismo tal, que nos ‘emboba’, por decir lo menos, y nos hace perder la belleza que nos rodea.
La desdicha de la tecnología, que no es descartable ni desechable en sí misma, es que nos acercó lo que teníamos lejos, pero nos alejó lo que teníamos cerca.
Si, es una desdicha porque nos hemos ido deshumanizando, desnaturalizando y cada vez más automatizando; basta con mirar las decenas de personas que caminan como autómatas mirando su celular ignorando decididamente lo que tienen al alcance de la mano.
Debería entristecer el corazón, ver mesas de casas o restaurantes donde el protagonista no es el otro, ni siquiera la comida, si no el celular. Creo que hemos perdido mucho:
- Perdimos la palabra escuchada y el gesto en el rostro y lo reemplazamos por un emoji que jamás logrará reemplazar el sentimiento y la emoción genuina.
- Perdimos la carcajada en el encuentro real por la onomatopeya fría de un “ja, ja, ja”.
- Perdimos a nuestros hijos en una pantalla que los aísla y le dice que lo que ahí ven es mejor que la vida en familia.
- Perdimos al cónyuge aún en la cama cuando es invadida por el celular que nos pone a kilómetros de distancia.
- Perdimos los amaneceres y los ocasos por no levantar la mirada y verlos en fotografías hechas con ojos ajenos.
Si, creo que hemos perdido, por eso invito a ser intencionales, a levantar la mirada, a descubrir en el otro la calidez de la de vida y a ver en la exuberante creación de Dios los vivos colores, el olor de las flores y el brillo del sol.
Creo que estamos a tiempo de no hacer parte de la deprimente descripción que se la atribuye a Einstein cuando dijo: “El día que la tecnología supere nuestra humanidad, estaremos frente a una generación de idiotas”, dura descripción, pero en honor a la verdad tiene mucho de cierto, necios al no sobreponer nuestra humanidad y dejar de vivir de manera real y consciente.
Quiera Dios que nosotros podamos volver a ser la generación que sí mira las estrellas.
¿Y si soltamos el celular y comenzamos ya?