Pensé escribir acerca de la corrupción en Colombia, pero los últimos acontecimientos: Destitución de Petro; el nuevo alcalde Pardo, 'El Salvador'; el súbito cambio de opinión de Santos - candidato; el beato Procurador, que todavía cree en el Concordato; las casas de pique (para desmembrar seres humanos) , el desastre ecológico de Casanare y más y más 'cuentos de horror y misterio' que en el país son realidades frecuentes, casi cotidianas, me tienen tan desconcertada que estoy pensando en tirar la toalla y olvidarme de mis permanentes luchas por la democracia. A propósito, si utilizo la palabra lucha, ¿será que me estigmatizan? ¿me chuzan mi teléfono?, porque así están las cosas…Estamos como en la época de Turbay, prolífica en allanamientos y arrestos, cuya fuente de información era la libreta de teléfonos de algún mortal que cogían preso.
Es inevitable preguntarse ¿Por qué nos pasa todo esto?, si Colombia es un país tan bello, con la inmensa mayoría de gente muy buena y trabajadora, con los índices más altos de felicidad en el mundo…¿Por qué los gobernantes no gobiernan y se olvidan tan rápidamente de las necesidades de los que los eligieron? Y así miles de preguntas. Además, ¿Cómo entender que un exalcalde (Samuel Moreno) que está preso, condenado, no tenga una inhabilidad para ejercer cargos públicos de la magnitud de la que el Procurador le puso a Gustavo Petro? ¿Cómo entender que los Nule estén presos en condiciones bastante buenas y los cientos de miles de presos 'comunes' estén en hacinamientos nada dignos para un ser humano? Recapacito y decido no botar la toalla y empezar a hablar acerca de dos primos tan nefastos como los primos Nule, ellos son la corrupción y el populismo. Aparte, creo que van juntos a conseguir la famosa mermelada.
Empiezo por la corrupción, ese mal endémico de Colombia, que nos acecha en forma permanente con algunos síntomas evidentes y otros no tanto, al igual que cambia de aspecto y ropaje muy rápido. Según el índice de percepción de la corrupción (Transparency International 2013) el sector público sigue siendo visto como corrupto por empresarios y expertos internacionales; el país tiene calificación 36 sobre 100, siendo cien la percepción de menor de corrupción ; en palabras sencillas, mientras más cerca del cero, se percibe como más corrupto.
Pero tampoco se puede afirmar que los privados no son corruptos, de pronto es menos evidente, pero este sector debe preguntarse a quién financia, bajo qué condiciones, en qué períodos, cómo manejan las dádivas y los porcentajes.
Sin dudas, algunos de los políticos y congresistas juiciosos -aunque no muchos- hicieron la tarea con el Estatuto Anticorrupción, pero esto se convierte en un hecho aislado si no existen unas directrices, diría una política clara, contundente y específica del alto gobierno, de carácter integral, que permita aunar esfuerzos y lograr coherencia para la persecución y sanción de la corrupción.
Este delito es tan fuerte y tan arraigado, que estoy segura que no es posible consolidar la democracia con este flagelo. Recuerdo a un expresidente colombiano que decía -como meta de su gobierno- que era necesario reducir la corrupción a su mínima expresión. Esto no significa otra cosa, que socialmente, existen unos mínimos aceptables. Creo firmemente, que se es o no se es corrupto, uno no puede ser medio 'corrupto'.
Es evidente que la corrupción no solo es un delito, es una forma de ejercer poder, es un poder paralelo; tanta práctica corrupta es lo que ha hecho que Colombia sólo sea una democracia de papel, donde el anhelado estado social de Derecho, parece una utopía o mejor un sueño. No puede haber democracia si los recursos y bienes del país están en manos de unos pocos intereses particulares en detrimento del interés colectivo. Muy bien lo expresa Elisabeth Ungar, directora ejecutiva de Transparencia Internacional-Colombia, cuando plantea que las prácticas corruptas, entre otros, “…aumentan los costos de administración de bienes y servicios públicos y privados; debilitan el respeto por la autoridad; erosionan la confianza ciudadana en las instituciones y contribuyen a debilitar la legitimidad del Estado”.
Si le sumamos a esto, como decía Antanas Mockus, la “cultura del atajo y del todo vale”, estamos graves. Nuestra débil democracia está en cuidados intensivos, por esos virus mutantes que se encuentran y reproducen tanto en sectores públicos como privados. ¡Colombia necesita más ciudadanos comprometidos!
P.D.: Del otro primo, el populismo, hablaremos la próxima vez.
Docente universitaria.