Así, generación de cristal, se ha denominado de manera crítica a la actual generación de niños y jóvenes, queriendo señalar su fragilidad y falta de fuerza interior para enfrentar ciertas situaciones y la debilidad con la que viven diferentes situaciones.
Esta “crítica” y definición se hace comparándolos con generaciones anteriores, y tal vez con la nuestra (padres de estos hijos), que pretendemos autodenominarnos más fuertes, resilientes y capaces de “ponerle el pecho a la brisa” sin rompernos -por lo menos no exteriormente-.
Quisiera, humildemente, pero con vehemencia hacer una reflexión en voz alta, frente a la llamada generación de cristal.
Si estamos frente a una generación frágil y débil ante las tormentas normales de la vida, los adultos que los criticamos, deberíamos preguntarnos:
¿Quién los crió, formó y educó para que hoy tengan esas características?
¿Cuáles fueron las decisiones que tomamos los adultos con los que han crecido, que no les permitieron adquirir “estrategias de afrontamiento” (Capacidades internas de enfrenar situaciones externas estresantes o difíciles)?
¿Qué hicimos mal, que no les permitió a estos chicos formarse (como nosotros) con una fortaleza intrínseca para sortear sin derrumbarse la vida real?
¿Qué dejamos de hacer que nos hace responsables (porque lo somos) de haber formado en nuestras casas la primera generación de cristal de la historia?
Esta columna no pretende ser un sermón, ni un regaño para la actual generación de padres, abuelos, tíos y maestros, no; pero sí pretende ser un espacio de reflexión en el que podamos ser autocríticos e intencionales en nuestra honrosa y desafiante labor de formar la siguiente generación.
A una pregunta compleja no hay respuestas sencillas, pero quizás sea necesaria nuestra respuesta a la siguiente pregunta: ¿en qué nos equivocamos?
¿Será que como padres y madres ocupados les dimos más cosas que tiempo, ejemplo y dedicación a nuestros hijos?
¿Será que nuestros hijos son la primera generación de “hijos huérfanos con padres vivos”?
¿Será que caímos en la trampa de pensar que podíamos reemplazar nuestra presencia con regalos, permisos y excesiva libertad?
¿Será que de verdad somos la última generación de hijos que le temimos a nuestros padres y la primera que le tememos a nuestros hijos?
¿Será que es cierto que los criamos con miedo y debilidad por temor a lastimarlos?
¿Será que nos creímos la mentira de que la disciplina y los límites son maltrato y de verdad los maltratamos negando estos dos elementos que forman el carácter?
¿Será que fuimos nosotros, los adultos responsables, los que hicimos algo mal, y en lugar de criticarlos, deberíamos ser autocríticos y tratar de aprovechar el tiempo para darle a nuestros niños y jóvenes una crianza influyente y valiosa que los prepare para la vida?
No sé cuál sea la respuesta, lo que sí sé... es que aún estamos a tiempo y desde nuestros escenarios de formación (casa, familias y colegios) es mucho lo que podemos hacer para que esta generación no tenga que demandarnos en el futuro lo que por negligencia moral o debilidad espiritual no estamos haciendo en el presente.
Esta es una invitación a ser sabios e intencionales en nuestra tarea de liderarlos con amor firme y con un alto sentido de moralidad, de valor civil y sobre todo de fe, que es como un faro que ha alumbrado fielmente a cada generación sobre esta tierra.