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Folclor tolimense: ganándole una batalla al tiempo

Cada año por esta época despierto con la misma sensación, esa que te indica que se acercan las fiestas de San Juan y de San Pedro. Nuestra casa empieza a oler distinto, volvemos a recurrir en el desayuno a los amasijos, los bizcochos, las arepas oreja e’perro, los envueltos, las empanadas, los pasteles, los subidos, el masato, la avena, los buñuelos, el tamal y, por supuesto, tenemos el lujo de contar dentro de nuestra oferta gastronómica con el mejor plato de carne de cerdo del mundo: la lechona. 

Este delicioso plato, repartido en cuanta fiesta nos convoca, se encuentra en el primer puesto del ránking que realiza la prestigiosa guía de gastronomía Taste Atlas, y ojo: no lleva arroz.  Pa’ los que somos de esta tierra auténticamente, la lechona es parte de la alimentación cotidiana, y por si fuera poco, las usamos para “encopetar” el tamal, como si al hacerlo nos recargáramos cual Popeye con superpoderes. 

Y si de olores se trata, no hay duda alguna de que Ibagué es de las ciudades que mejor huelen en el mundo. Hace poco un amigo me dijo que yo hablaba bien de mi tierra, pero que me olvidaba señalar lo rico que huele. Él, un rolo acostumbrado a otro tipo de ciudad, me advertía que cada vez que salía a caminar por el sector de Mirolindo, sentía siempre el olor a café, y es que no hay barrio en Ibagué al que el nombre le haya quedado mejor designado que a Villa Café. Es exquisito pasar temprano en la mañana o finalizando la tarde y oler el café como si fuera el perfume más maravilloso del mundo, pero súmale, me decía él, que cada casi dos cuadras encuentras el delicioso olor del pan horneado, porque pa’ panaderos nosotros los tolimenses. ¡Qué exquisitez! ¿Te imaginas, Inés, que esos dos olores maravillosos sean además dos de las cosas que más amamos comer? Sí, me imagino, le dije. En ocasiones, no apreciamos el detalle de lo simple en nuestras vidas.

Por estos días ya llevamos algún folclorito encima, por solo reseñar algunos:  el de los colegios o universidades, el de la empresa donde trabajamos, el del conjunto o barrio donde vivimos y el familiar, este último el caserito, donde, al son de aguardiente Tapa Roja, volvemos a danzar. En resumen, la tradición no muere, se niega a morir, aun en medio de los dispositivos electrónicos que asedian con fuerza la vida de los más jóvenes, estos se ven llamados a perpetuar la identidad del tolimense, los colegios hacen una loable labor al persuadirnos en apoyar todas las actividades folclóricas, nos descubrimos entonces maquillando a los más pequeños de la casa para que dancen alguna melodía regional, terminamos igualmente enredados en algún poncho, en un sombrero, un rabo e´ gallo y las mujeres adornamos con encajes en las blusas nuestros cuerpos y con hermosos tocados el cabello.

Qué lindo es ver que hay fechas que se resisten a morir, que lindo poder ganarle de algún modo la batalla al tiempo, que lindo celebrar este año el quincuagésimo Festival Folclórico Colombiano y con él decirles a los más jóvenes que tienen mucho para sentirse orgullosos de su tierra. Qué lindo ha sido ver a nuestra Gobernadora y Alcaldesa irradiar el espíritu cívico tolimense.

Así que, yo por dentro repito lo mismo: ¿Cómo no querer la tierra que nos lo ha dado todo? ¿Cómo no valorar así sea, por instantes, los esfuerzos de todos por vivir aquí, por intentar empujar pa´ el mismo lado?  ¿Cómo no valorar a esos empresarios grandes y pequeños que le siguieron apostando solo por amor a esta tierra a quedarse aquí? La gente está feliz, yo estoy feliz, los calentanos somos así, medio despreocupados y felices. La victoria para nosotros pasa tan rápido como la derrota, en resumen: no nos amargamos. La resiliencia es una característica que nos fue otorgada como don, no nos escucharan decir muchas palabras para envolver, porque somos contundentes con muy poco.

 

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