Hace tiempo, no mucho en realidad, los abuelos usaban un adagio formativo en la vida de sus hijos y sus nietos, era tan popular como fácil de grabar: “Haz el bien y no mires a quien”. Pues bien, a tiempos actuales parece que los abuelos nos pedían mucho, hoy resulta más pertinente invitar a los demás a no hacer el mal, algún refrán así como de “si no le procuras bien a alguien por lo menos no le hagas daño”.
Ningún principio en la vida de un ser humano puede ser más imperativo que el de obrar sin maldad hacia otros, pareciera fácil, por lo menos más que el de procurar hacerle bien a otros, pero en lo cotidiano es de labor compleja.
La no maleficencia es un principio que en términos bioéticos se emplea para establecer que, en cualquier relación humana, es preciso tener como punto de partida no hacerle daño a otro o por lo menos, no hacerlo de modo intencional.
Esto lo aprendemos desde pequeños, pero conforme crecemos lo trivializamos con excusas de todo tipo, y así imperceptible y generalmente a través de las palabras, muchas veces deformamos la construcción del otro.
No hay nada más maleficente que el chisme, ese especial gusto por inventar, deformar, exagerar u omitir algo de alguien que generalmente no nos consta, hay que ver como lo endulzamos con expresiones del tipo “No es que sea chismoso, pero dar información no es que sea pecado” “no me consta, pero…” “cuando el rìo suena, piedras lleva” y así podríamos quedarnos en la referenciación de un millar de expresiones con las que legitimamos ese mortal hábito, que generalmente destruye sujetos y que en el fondo deforma el alma de quien se atreve a inventar lo no debido.
En el chisme la pretensión central es indisponer a la persona de la que se habla, una finalidad que guarda proporcionalidad hasta cierto punto con la pérdida de la libertad, pues el actuar puede ocasionar en la psiquis de la persona lesionada tanto daño o más del que se siente privándosele de cierto derecho, y es así de malo porque otra de sus finalidades es lograr que en el colectivo se instale la idea de que lo dicho es absolutamente cierto.
Y aunque parezca chiste, en nombre del chisme también se ha escrito bastante, al punto de considerarle un género discursivo, otros estudios hablan de este como un objeto de apertura necesario en el mundo político para enviar mensajes equivocados a las comunidades en la toma de decisiones importantes, se instalan mensajes que tergiversan realidades o información para lograr cometidos de todo tipo y ni que decir de su importancia, en el lucrativo negocio de la farándula donde abundan noticias falsas que venden contenido de personas que a lo mejor nunca conoceremos.
Por eso si tienes un chisme que contar, algo que quisieras no guardarte: libéralo, pero libéralo prudentemente a través de la escritura, ponle nombres diferentes a los protagonistas, varía la historia y conviértete en cuentero, escritor, poeta o novelista, y si la escritura no se te da, entonces hazte un propósito distinto, el de guardar silencio, que en ocasiones es sin duda una mejor virtud.